El Partido Popular, en contra de su caótica trayectoria anterior, hizo en la votación de ayer sobre el decreto de recortes del Gobierno exactamente lo que tenía que hacer: Votar un "no" como una catedral. Las apelaciones a que estamos en una situación de emergencia nacional y que su obligación era haberse abstenido, no tienen en cuenta que el origen de la tragedia actual es la presencia en La Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero, por lo que cualquier acción parlamentaria que lo debilite y acelere su caída será siempre un acierto.
Estas llamadas a la sensatez y al sentido de estado de Rajoy vienen curiosamente desde ambos lados del espectro político y mediático, aunque lógicamente por intereses distintos. La izquierda no quiere perder el poder y la derecha no quiere que se destruya España, que es la constante dialéctica de ambas fuerzas desde que se instauró el actual régimen de partidos. Los hay también que esgrimen argumentos de coherencia técnica para justificar su deseo de que Rajoy se hubiera abstenido, como el hecho de que no se puede dar el consentimiento expreso o tácito a medidas más lesivas como el FROB o el Plan E, y negarse a convalidad otras como las incluidas en este decreto que van, aunque tímidamente, en una dirección más acertada que las anteriores.
En todo caso, hay una razón más importante para que el Partido Popular negara su voto al decreto presentado por el Gobierno, que tiene que ver con el momento actual que atraviesa la nación, incapaz de aguantar mucho más tiempo esta sangría de la riqueza futura de los ciudadanos a base de deuda y déficit públicos. Cada minuto que Zapatero siga en el Gobierno va a suponer un paso más hacia un desastre que probablemente sea irreversible llegado el caso. Las medidas que propone no es que supongan un "recorte social", por utilizar la jerga progre a la que con tanto entusiasmo acaba siempre apuntándose el PP, es que no van a servir absolutamente para nada pues el núcleo duro del gasto que sí podría revertir la situación es una caja fuerte que el Gobierno de Zapatero no va abrir jamás. La reforma del Estado de las autonomías, la del mercado laboral, la supresión de ministerios inútiles, la cancelación de la ayuda a los tiranos del tercer mundo, la reestructuración del sistema financiero dejando caer a las entidades insolventes o la transformación profunda de nuestro sector energético, eliminando subvenciones a iniciativas absurdas y carísima y dando entrada a energías limpias como la nuclear, son cuestiones, estas sí, sustanciales que Zapatero no va a abordar porque son contrarias a su visión sectaria de la política.
A Zapatero hay que votarle en contra aunque someta a escrutinio parlamentario que el sol sale por la mañana y se pone al anochecer, y dejar el argumento del patriotismo para cuando se localice a un solo socialista en el Gobierno que no se avergüence de España o de su Historia.
Si el jueves se hubiera rechazado el decreto propuesto por el Gobierno como intentó el PP, es probable que la bolsa hubiera tenido que suspender su sesión ante las fuertes pérdidas y que el diferencial de la deuda soberana del Reino de España se hubiera disparado. Pero es que estas, y otras peores, son cosas que van a ocurrir indefectiblemente a medio plazo mientras Zapatero esté en La Moncloa. La única diferencia con la situación actual tras la aprobación por la mínima del decreto económico es que la agonía será más larga y las víctimas más numerosas.
Cuando la gangrena amenaza irremediablemente una pierna los médicos la amputan sin dudarlo, aunque sean conscientes de que el shock inicial para el paciente va a ser muy doloroso, porque lo importante es salvar la vida al enfermo conservándole sanas el resto de extremidades.
Zapatero es capaz de arruinarnos como país para varias generaciones dejándonos un Estado desestructurado, con las arcas vacías y una constitución invalidada por la propia dinámica de los hechos, por lo que estar en su contra es y será siempre un acto de honor y patriotismo. El PP ayer lo hizo muy bien. A ver si con suerte tarda un poco más de lo normal en volver a las andadas.