A medida que vamos conociendo la dimensión aproximada de los negocios del líder podemita va quedando de relieve que estamos ante un empresario cuyo ejemplo debería comenzar a estudiarse en las escuelas de negocios pero ya.
Iglesias empezó prácticamente de la nada, haciendo escraches a los políticos socialdemócratas en las zahúrdas universitarias, donde medraba a diario por un sueldo de miseria. Sin embargo, el avispado Iglesias pronto vio que había un amplio nicho de mercado en el terreno de la política, con grandes oportunidades para un emprendedor ambicioso como él.
El desencanto popular con la clase dirigente a causa de la corrupción y la crisis económica había dejado huérfanos de representación política a varios millones de ciudadanos. Iglesias decidió que él iba a satisfacer la demanda de una clientela abundante que pedía a gritos un partido como Podemos, capaz de convertir el resentimiento social en el principal argumento de su proyecto político.
El empresario Iglesias llegó así al Parlamento Europeo y comenzó a trincar un sueldo estratosférico, que, sumado a sus proyectos mediáticos, le ha venido proporcionando unos ingresos anuales de seis cifras. Y todo esto en tan solo dos años, un mérito añadido para su hazaña empresarial.
El ejemplo de Pablo Iglesias –como el de Wyoming y el de tantos otros iconos millonarios de la izquierda radical– es muy valioso, especialmente para los jóvenes que han cifrado en Podemos sus esperanzas de prosperar en la vida y llegar a formar parte del selecto club del 1% de súper ricos. Iglesias es un referente y los votantes de su movimiento harían bien en imitarlo para alcanzar el éxito. Tan sólo tienen que olvidar todas las tonterías que dicen continuamente él y el resto de dirigentes podemitas y comenzar a actuar exactamente como ellos. Tan sencillo como eso.