La resolución del Parlamento catalán sobre la necesidad de un nuevo pacto fiscal con el "Estado español" la hubieran suscrito todas las comunidades autónomas, incluidas Ceuta y Melilla, así que tampoco hay que escandalizarse demasiado salvo por el tono utilizado, por otra parte el habitual cuando los nacionalistas se ponen exigentes. Lo que ha hecho la Generalidad de Cataluña ha sido expresar oficialmente un deseo compartido por las catorce autonomías que todavía están lejos de acceder a ese Shangri-La presupuestario, donde el dinero surge a borbotones para ser dilapidado en proyectos identitarios de toda laya y condición.
La casta autonómica quiere un "cupo" como el vasco y navarro o un "acuerdo fiscal" como el que finalmente disfrutará el nacionalismo catalán, no por una razón de eficiencia fiscal, sino porque de sobra saben que el sistema de cupos encierra una enorme trampa a favor de las autonomías que disfrutan de ese modelo, cuyo importe a favor de la casta se cifra en torno a 1.000 euros por habitante que las autonomías con este régimen ingresan de más.
Pero dado que España todavía es una nación indisoluble, patria común e indivisible de todos los españoles según reza la Constitución, el problema de extender el modelo del cupo para que cada autonomía gaste lo que recauda en su territorio, salvo una pequeña compensación enteramente ficticia, es que entonces no habría dinero suficiente ni para las autonomías deficitarias ni, menos aún, para el gobierno central. La clave por tanto está no sólo en alcanzar ese pacto privilegiado, sino en impedir que el resto de autonomías acceda a él.
A mil euros por habitante de trinque autonómico deficitario que nos sale el concierto vasco y navarro, con un cupo generalizado faltarían 46.000 millones de euros. Mientras el timo se quede en tres comunidades el resto puede financiarlo, pero su extensión a todo el territorio nacional haría saltar por los aires la hacienda pública española.
Sin capacidad para recaudar impuestos nacionales, que esa es la clave de los conciertos y los cupos, el gobierno del reino de España no podría financiar nuestra defensa, la política exterior, el orden público o, lo que ya resultaría letal, ni siquiera el cine español, desastre sin precedentes no sólo para los españoles sino para la propia cultura occidental ante el que el nacionalismo no es capaz de mostrar la menor sensibilidad. Rarísimo que la brigada de la ceja no haya montado ya sus barricadas en la plaza de San Jaime.