José Luis Carod Rovira quiere un islam a la catalana, deseo muy loable que no sabemos cómo habrá recibido Bin Laden, cuya principal preocupación tras las abluciones matinales y el primer rezo del día, como todos sabemos, es conocer las declaraciones más recientes del vicepresidente de la Generalidad de Cataluña. Si se atiene al tenor literal de lo dicho por Carod para caracterizar este nuevo islam se habrá sentido insultado, pues el credo de Mahoma no es ni "abierto", ni "acogedor" ni tiene "vocación universal" en el sentido occidental, sino cerrado, hosco y totalitario allí donde triunfa. No obstante, a poco que en los desiertos arábigos conozcan la realidad de la Cataluña actual la acogida habrá cambiado de signo, pues entre la política nacionalista catalana y las sociedades islámicas no hay diferencias sustanciales en lo que se refiere a la imposición de un determinado modo de vida y la persecución del disidente.
Por otra parte, las recientes apelaciones de Carod tienen una clara vertiente de iniciativa empresarial, aspecto éste que tradicionalmente ha distinguido a los emprendedores catalanes. Y es que en Cataluña hay toda una red de instalaciones claramente desaprovechadas, que podrían cederse a las autoridades islámicas a cambio de un buen puñado de petrodólares. Me refiero obviamente a la Iglesia Católica en Cataluña, desaparecida a excepción de unos cuantos grupúsculos nacionalcatólicos que han encontrado acomodo en las estructuras residuales de una jerarquía rabiosamente nacionalista, principal responsable de que a sus misas no acuda ya ni Dios (especialmente Él).
Los seminarios están vacíos y los monasterios ya ni siquiera se utilizan para organizar encierros contra el poder establecido, porque los que tenían por costumbre recluirse píamente para desafiar al Gobierno son ahora los que mandan y no están dispuestos a cambiar la mullida moqueta por el frío pavimento cenobial. A pesar de la crisis económica y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, los bienes patrimoniales de la Iglesia en Cataluña forman un paquete muy apañado que haría las delicias de los dirigentes religiosos islámicos y sus financieros saudíes. Con poner una estelada colgando de la fachada de los templos reconvertidos en mezquitas para el rezo de los viernes, Carod Rovira y sus compañeros agnósticos se darían por satisfechos. Y por si eso fuera poco, Martínez Sistach podría blasonar orgulloso de su hazaña: por primera vez desde que los bisbes nacionalistas aterrizaron, las iglesias de Cataluña se verían llenas de fieles.