Llegados al término de este intenso año 2003, los mass media ofrecen, como ya es tradicional, su particular balance de lo que nos ha dejado el ejercicio, así como el testimonio de su reconocimiento a las personalidades que más se han distinguido a lo largo del año recién terminado. “El hombre del año”, “El empresario del año”, o “El futbolista del año” son distinciones otorgadas anualmente que ya cuentan con cierta tradición y en muchos casos un merecido prestigio. Pero, ¿y el progre del año? ¿Acaso los esforzados paladines del progreso en sus diversas vertientes no merecen también un homenaje público en estas fechas tan entrañables? Incomprensiblemente, los medios de comunicación convencionales insisten en su olvido culpable hacia nuestra aristocracia intelectual; menos mal que siempre nos quedará la red y sus weblogs para subsanar esta pequeña traición.
Así, Andrew Sullivan, a nivel británico, otorga diversos galardones anuales por rigurosa votación de sus lectores, entre los que espigamos por su relevancia el “Premio Susan Sontag a la exquisita equidistancia moral en la guerra contra el terror”, que este año ha recaído con todo merecimiento en Margaret Drabble, columnista del Daily Telegraph, por un párrafo delicioso en el que ofrece lo más granado de su repertorio antioccidental: “Mi antiamericanismo se ha vuelto casi incontrolable. Me posee como una enfermedad. Sube hasta mi garganta como un reflujo de acidez, esa enfermedad americana tan de moda. Odio a los Estados Unidos y lo que están haciendo en Irak y en el resto del mundo indefenso. A duras penas puedo soportar las caras de Bush y Rumsfeld, su lenguaje corporal o sus autosatisfechos e incoherentes lugares comunes. La prensa progresista de aquí ha hecho muy bien fabricándoles una apariencia ridícula, pero esos dos hombres no son divertidos”.
Pero el mérito de la Sra. Drabble es mayor si tenemos en cuenta que en la férrea pugna por hacerse con este preciado galardón tuvo que vérselas con durísimos rivales como John Pilger, colega del Daily Mirror, cuya candidatura venía avalada por destilados de indudable aroma progresista como el que sigue: “Sin haber sido elegido en 2000, el régimen de Washington de George W. Bush es ahora totalitario, tomado por una pandilla cuyo fanatismo y ambición por una guerra interminable y la dominación total bate todas las plusmarcas. Todo el mundo conoce sus nombres: Bush, Rumsfeld, Rice, Wolfowitz, Cheney, Perle, y Powell, el falso liberal. El discurso sobre el estado de la unión de Bush ayer noche tuvo reminiscencias de ese otro gran momento de 1938, cuando Hitler reunió a sus generales y les dijo: Tengo que hacer la guerra. Y la hizo”.