Antes de que el Gobierno diera a conocer las líneas maestras de la necesaria reforma laboral, los sindicatos y el resto de grupúsculos antisistema autoerigidos en representantes de la soberanía popular ya habían decidido salir a la calle a organizar huelgas y manifestaciones. Tras conocerse los pormenores de la modificación del régimen laboral vigente en España, responsable de unas cifras de paro apabullantes, es seguro que todos ellos están ya preparando pancartas, banderas republicanas y de la URSS, pañuelos palestinos, fotos del Che, flautas de todos los tamaños y muchos, muchos cartuchos de silicona, principal herramienta dialéctica para combatir a los que, incluso aquí, se empeñan en crear riqueza y puestos de trabajo, que ya hay que ser mala persona.
Pablo Molina
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El paro, una conquista sindical irrenunciable
Lo importante, para los liberados sindicales, es mantener un sistema de relaciones laborales felizmente anclado en el siglo XIX y, sobre todo, que el sindicato siga trincando abundantes subvenciones
Los sindicatos se niegan a que el Gobierno alivie las trabas empresariales que actualmente impiden la contratación de trabajadores. Prefieren que estos sigan desempleados, pero sabiendo que en el caso de que tuvieran trabajo cobrarían una indemnización mayor de la establecida. Solo un cretino puede aceptar el argumento cuando la premisa – el que se produzca su contratación por una empresa-, no va a ocurrir en las circunstancias actuales, pero a un liberado sindical poco le importa que haya millones de españoles sin empleo. Lo importante es mantener un sistema de relaciones laborales felizmente anclado en el siglo XIX y, sobre todo, que el sindicato siga trincando abundantes subvenciones.
El trinque sindical –y patronal, no lo olvidemos-, que en estos momentos se acerca a los ocho mil millones de euros anuales para la organización de unos cursos absurdos, va a ser reducido también de forma sensible y eso sí que es algo que las fuerzas sindicales no van a tolerar. Los parados pueden seguir malviviendo de la caridad estatal, pero el trinque sindical no se toca. Hasta ahí podíamos llegar.
En todo caso, cuando la amenaza se consume, será interesante comprobar la capacidad de convocatoria de unos sindicatos de izquierdas que han defendido una política económica con la que hemos llegado a la situación catastrófica que ahora padecemos. A tenor de los recientes resultados electorales obtenidos por la izquierda y los sondeos demoscópicos entre la población desempleada, las manifestaciones anunciadas pueden ser, poco más o menos, como las concentraciones a las puertas del Tribunal Supremo en defensa del ex juez prevaricador, una reunión de octogenarios ex franquistas, liberados ociosos y perroflautas contumaces dispuestos a ir con sus bongos a cualquier sitio con la única condición de que no haya un puesto de trabajo en los alrededores.
España es, probablemente, uno de los pocos lugares donde los trabajadores han de luchar, en primer lugar, contra las imposiciones y los privilegios de aquellos que dicen defenderlos. Es lo normal en un país cuyos sindicatos se han preocupado estos años de mantener sólo un puesto de trabajo, el del amigo de "Emilio", mientras la economía se iba a pique y el desempleo rompía techos históricos. Ni siquiera el curro del ex juez prevaricador han sabido mantener. Como para fiarse de ellos.
En España
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