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Pablo Molina

El papelón del Kerensky cordobés

Triste destino el del cordobés, que reniega de sus orígenes para buscarse un hueco en la política catalana, y después de sus esfuerzos y traiciones sigue siendo considerado un simple bedel a las órdenes de los que realmente dirigen el cotarro.

La mesa del parlamento de Cataluña ha decidido rechazar la iniciativa popular para la celebración de un referéndum sobre la independencia de aquella comunidad autónoma. Mala notica, malísima, para millones de españoles que veíamos cada vez más cerca la posibilidad de deshacer la relación de vasallaje a que nos condena el nuevo estatuto catalán.

El motivo aducido para que los partidos representados en ese órgano parlamentario rechacen una propuesta aceptada el pasado mes de junio, es que la celebración de ese referéndum no cabe en la Constitución, lo que resulta una falta muy leve, pero tampoco en el nuevo estatuto, terrible olvido de los muñidores del texto, que no incluyeron un artículo específico regulando esta materia.

Esa es la razón, digamos, oficial, para que Convergencia y Unión y los eco-comunistas del tripartito den marcha atrás de manera tan vergonzosa. Los verdaderos motivos para este recule ignominioso son otros sobradamente conocidos. En primer lugar, es dudoso que esa consulta popular avalara la tesis independentista, según la cual, en Cataluña existe un clamor popular irrefrenable para separarse de España. La repercusión de la victoria de España en las calles de Cataluña es un síntoma de que incluso los votantes cautivos del PSC están bastante cómodos en la situación actual sin necesidad de aventuras institucionales de futuro más que incierto.

En segundo lugar es evidente que tampoco la clase política nacionalista, más allá de algún grupúsculo cada vez más marginal cuyos miembros tienen poco que perder pase lo que pase, tiene el menor interés en acabar con un sistema que beneficia económicamente a sus votantes y permite a sus dirigentes seguir ganando elecciones.

El Kerensky de Iznájar es el encargado de cumplir esa penosa función de administrar el discurso soberanista de sus socios con los intereses políticos y económicos de quienes prefieren seguir depredando del bolsillo común, que es lo que consagra el nuevo estatuto de Cataluña siempre que no se rompan definitivamente los lazos que permiten ese trasvase inagotable de fondos.

En la manifestación del sábado pasado, los honrados independentistas, los únicos que acudieron a esa manifestación creyendo en la sinceridad de las consignas oficiales, le dijeron a Josep Kerensky lo que opinaban de él. Triste destino el del cordobés, que reniega de sus orígenes para buscarse un hueco en la política catalana, y después de sus esfuerzos y traiciones sigue siendo considerado un simple bedel a las órdenes de los que realmente dirigen el cotarro.

Es tan inútil este Montilla que al final el referéndum para la independencia de Cataluña lo tendremos que convocar el resto de españoles. ¿Apuestan algo a que lo ganamos?

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