Cualquier derrota del socialismo es, además de higiénica, muy beneficiosa para los ciudadanos y contribuyentes sea cual sea su condición o ideología. Es bueno que el socialismo pierda apoyo electoral en cualquier país, como la historia demuestra y España acredita en primera persona desde hace varias décadas. Bajo esta premisa incontestable no cabe sino celebrar que setecientas mil personas que votaron PSOE en las últimas europeas hayan decidido enviarle un mensajito al co-líder planetario negándole su apoyo. Claro que también puede hacerse la lectura contraria: A pesar de los dos millones de nuevos parados que ha creado Zapatero el descenso en número de votos ha sido inferior a la mitad. Y encima el PP, con una economía destruida, las generaciones futuras hipotecadas y el peor gobierno de la historia de la humanidad, sólo ha conseguido aumentar en doscientos mil votos su último resultado europeo.
Y como la cocina de los partidos es capaz de reconstruir la realidad para convertir en victoria hasta la derrota más evidente, al día siguiente de las elecciones todos nos venden su actuación en clave de éxito. Se trata tan sólo de encontrar un argumento lo suficientemente complicado para que el espectador se limite a aceptar las conclusiones que el partido ha establecido de antemano. Esto es lo tradicional, pero lo cierto es que Rajoy se ha pasado de entusiasmo con su explicación de la victoria pepera.
Dice Mariano, sin que nadie le pregunte, que la victoria del Partido Popular en las elecciones europeas confirma la validez de la estrategia surgida del congreso de Valencia (capital Sofía). Bien, es posible que tenga razón, pero si es así habrá que convenir que la política socialista surgida del caletre del líder cósmico es a su vez perfectamente válida para renovar indefinidamente su presencia en La Moncloa, pues rodeado de frikis semialfabetizados, con una recesión brutal, el ridículo más espantoso como divisa en nuestras relaciones internacionales, un vicepresidente implicado en sonados casos de nepotismo y a punto de llegar a la cifra monstruosa de cinco millones de parados, su partido ha quedado tan sólo a menos de cuatro puntos del PP, en unas elecciones que, además, interesan muy poco a los votantes.
Si esto es todo lo que el congreso de Valencia da de sí en términos electorales, ya puede Mariano convocar dos o tres guateques más antes de 2012 para confirmar la idea seminal surgida en aquellas tierras (fuera María San Gil, fuera liberales, fuera conservadores y aquí estamosp’ayudar), y alfombrar convenientemente su añorado aterrizaje en La Moncloa. Es difícil saber a quién invitará a dejar el partido en esas nuevas ediciones, pero una cosa es segura: Gallardón no está nominado.