Los políticos que representan a la derecha sociológica española, observan una pauta común de conducta que yo he dado en llamar el Principio de Arriola: Todo político sumergido en el PP, experimenta un empuje hacia la progresía inversamente proporcional al centrismo de su perfil biográfico. La inmensa mayoría de políticos populares son fieles a esta ley de hierro, pero Gallardón exagera. Ni siquiera sus largos años llevando el maletín de Don Manuel justifican un complejo psiquiátrico de tal magnitud.
Al Alcalde de Madrid le encanta que los progres hablen bien de él. De hecho, le preocupa más la opinión de sus adversarios políticos, que nunca le votarán, que la del público conservador, que lo hace cada cuatro años. Tal vez en un sistema electoral de listas abiertas su actitud fuera distinta, pero mientras las candidaturas se presenten blindadas bajo unas siglas, los desleales seguirán teniendo barra libre para aventar su ingratitud.
A Gallardón también le gusta mucho el diálogo, virtud que su último prosélito, Miguel Bosé, destaca de él con especial entusiasmo. Cuando en las algaradas antiamericanas durante la Guerra de Irak II la farándula le expulsó de un acto público en el Círculo de Bellas Artes, en lugar de ordenar a la fuerza pública desalojar la sala por un elemental sentido de respeto a la autoridad, se limitó a salir obedientemente el recinto, no sin antes invitar a todos sus integrantes a la fiesta del año siguiente. ¿Cómo no encariñarse con una criatura así?