Zapatero ha tenido siempre una querencia especial por la instantánea y su reciente escapada a Nueva York nos permite comprobar que el posado fotográfico sigue siendo una de las principales aficiones del presidente, por encima tal vez de la pesca con mosca o la lectura de Suso del Toro.
Todos recordamos con cierta ternura los terribles esfuerzos que tuvo que realizar un sufrido Moratinos para que su jefe se hiciera un retrato con Bush, asaltado con la guardia baja mientras caminaba por un pasillo inhóspito de Bruselas, en el marco de una operación que, si no fuera por los personajes que la urdieron, podríamos denominar "de inteligencia".
Ahora le ha tocado pasar por el fotomatón de Moratinos a Mohamed VI, ya presente en el álbum privado de Zapatero, aunque el testimonio gráfico de aquella primera toma de contacto, con el mapa de las Canarias, Ceuta y Melilla de color marroquí, no sea como para enseñarlo a las visitas.
Mientras Ceuta y Melilla soportan el acoso del régimen marroquí, los problemas de inmigración ocasionados por los naturales de nuestro vecino del sur se agudizan y la Unión Europea amenaza con firmar un acuerdo comercial abusivo con el sultán que puede llevarse por delante a media industria agrícola del sureste español, Zapatero, con la ayuda inestimable de Moratinos, está centrado en lo único que realmente le importa como presidente del Gobierno del Reino de España, sacarse una foto con el causante de esos problemas como dos turistas japoneses frente a la Giralda.
Cierta prensa alemana acusa de superficiales a nuestras ministras, pero si supieran de la pasión de ZP por el retrato cambiarían el objetivo de sus dardos. Zapatero, Moratinos y el resto de la tropa del Consejo de Ministros con sus mejores galas y posando con su sonrisa más inteligente, son el documento histórico que resume el periodo más grotesco de la reciente historia de España. Para ponerle un marco.