Si en algo estamos de acuerdo la inmensa mayoría de los medios de comunicación, es en el carácter trascendental de la alocución de nuestro Presidente del Gobierno en el pleno de las naciones unidas del pasado martes —para ser justos quizás debiéramos empezar a referirnos a ella como "El Discurso"—, que sin duda marcará un antes y un después en la historia de las relaciones internacionales. La belleza formal de la homilía de Zapatero enmarca, además, de forma excelsa, la nutricia sustancia intelectual de un texto en el que hay insistencias, pero apenas paradojas, porque cada pensamiento responde a una interpretación coherente de la moral y, en definitiva, a una cosmovisión vocada al sistematismo, como es habitual en la producción intelectual de Rodríguez Zapatero. Lo que aparenta ser un batiburrillo de lugares comunes, revolucionario ma non troppo, típico del pensamiento adolescente, encierra en su interior ricas enseñanzas sobre cómo afrontar los grandes retos de la humanidad, especialmente en cuestiones del terrorismo internacional islámico, valga la redundancia.
Siendo esto así, resulta difícil encontrar explicación a la conspiración de silencio con la que la blogosfera internacional ha acogido la disertación platonizante de nuestro presidente, pues, por extraño que parezca, ha resultado imposible encontrar referencias al «Discurso» en los weblogs internacionales de cierta relevancia. O bien los autores se encuentran bajo los efectos del impacto emocional de las propuestas de Zapatero, o José María Aznar, después de cornear mortalmente a Manolete y chantajear a los patronos de la prensa democrática española, ha deslizado su negra mano por las zahurdas de internet boicoteando el gozoso recibimiento que el verbo zapateril sin duda merece.
La necesidad de profundizar en la igualdad entre los sexos como medio de acabar con el terrorismo internacional, es el primer hallazgo conceptual que encontramos en El Discurso. Zapatero se refiere, sin duda, a nuestro sistema occidental, aherrojado por veinte siglos de cultura judeocristiana, que mantiene a más de la mitad de nuestra sociedad marginada en razón de su sexo, pues la cultura islámica, si por algo se distingue es por su rigurosa observancia de la igualdad de género: los devotos islamistas degüellan a los infieles exactamente igual tanto si se trata de hombres como de mujeres. ¿Cabe mayor ejemplo de igualitarismo?.
La alianza entre civilizaciones —Zapatero se refiere sin duda a la Civilización y el mundo islámico—, se nos antoja un escollo más difícil de superar, en tanto las enseñanzas coránicas, que ordenan la vida social de los países que adoptan la Sharia como código civil y penal, no admiten, hasta el momento, más consenso con los infieles occidentales que el sometimiento o la destrucción. Pero Zapatero cuenta en su empeño con la herramienta diplomática más poderosa que ha visto la vieja Europa desde Metternich, nuestro canciller Moratinos, de cuyos buenos oficios cabe esperar el éxito de este empeño en favor de la paz mundial y del entendimiento entre los pueblos del orbe.
Pero nuestra capacidad exegética se revela insuficiente para enfrentarnos al apotegma que en rigor vertebra todo El Discurso. Dice Zapatero que «la paz es la tarea. Una tarea que exige más valentía, más determinación y más heroísmo que la guerra. Por eso las tropas españolas regresaron de Irak». Después de consultar las fuentes más solventes, desde Clausewitz a Sun Tzu, pasando por Javier Solana, seguimos sin poder ofrecer una interpretación satisfactoria de este asombroso principio. Y es que ese es precisamente el principal atractivo de la teoría política elaborada por Zapatero; nunca hasta ahora se le había ocurrido a nadie decir cosas así. Al menos en público.