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Pablo Molina

Concilio Valenciano II

Tras el sínodo de Elche y el Concilio Valenciano I, se da por hecho que la línea opositora del PP a escala nacional consiste en heredar lo que deje Zapatero y, sobre todo, no crispar.

La convención nacional del PP en Barcelona es interesante porque, en un arrebato de intrepidez, se ha permitido participar a los afiliados como si en las filas populares no hubiera ocurrido nada destacable en el último año y este congreso fuera como cualquier otro: una ocasión para pasar un fin de semana lejos del santo o la santa y un motivo de encuentro para recuperar viejas amistades.

Sea como fuere, tres mil miembros del PP se disponen a estudiar en común los grandes asuntos que afectan a los ciudadanos, entre ellos el "calentón global", al que van a dedicar media mesa de trabajo de las nueve previstas. No está confirmado que el primo de Rajoy acuda como experto para asesorar a los integrantes de ese grupo de estudio, así que nos tememos que las conclusiones de ese equipo serán las habituales dentro de los esquemas progresistas, dando por bueno que la Tierra se está calentando por culpa del neoliberalismo salvaje a pesar de que todas las evidencias indican lo contrario.

A falta de estudiar detenidamente los documentos conciliares que surjan de esta convención nacional, se echa en falta en la programación la existencia de un verdadero debate abierto sobre la validez de la nueva doctrina sobre gestión política impuesta por Rajoy, sólo o en compañía de Arriola. Tras el sínodo de Elche y el Concilio Valenciano I, se da por hecho que la línea opositora del PP a escala nacional consiste en heredar lo que deje Zapatero y, sobre todo, no crispar, según el concepto de crispación que tiene la izquierda que, como referente moral de la derecha, es la que establece el significado de las categorías políticas.

Hay una gran preocupación entre los votantes del PP y ciertas dosis de cabreo sobre la forma en que Rajoy y su equipo están gestionando el futuro del partido para llevarlo a ganar las próximas elecciones. Basta con escuchar lo que dicen en la calle para darse cuenta de que la nueva teología marianil no cuenta con demasiados partidarios entre los que pagan la cuota del partido o acuden a las urnas a depositar la correspondiente papeleta. A algunos, además, esta nueva línea ideológica les parece una desviación herética respecto a lo que fue siempre el PP, precisamente el que ganó a Felipe González cuando la hazaña parecía imposible y revalidó el triunfo con mayoría absoluta cuatro años más tarde.

¿Surgirá alguna voz que exija volver a las esencias que siempre caracterizaron al Partido Popular o seguirán todos a pies juntillas las recomendaciones de un fraga otoñal y más travieso que nunca? No avancemos acontecimientos, pero mucho nos tememos que el miedo a decir lo que realmente se piensa pueda ser suficiente para que en Barcelona no surja un balido más alto que otro. ¡Es que te excomulgan en medio de la asamblea de fieles y a ver cómo se lo cuentas a la parienta a la vuelta del concilio!

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