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Pablo Molina

¡Arriola Selección!

El PP no solo ha decidido hacer una campaña en Andalucía como si fueran a ganar sin bajarse del autobús, sino que, por no incomodar, hasta la política nacional del Gobierno popular ha estado supeditada a esta exigencia de placidez morcillona

 

La única vez que los andaluces iban a poder escuchar en directo al candidato Arenas sin cortes ni imágenes superpuestas de las cárceles de Irak o de alijos de droga, quedó frustrada por la negativa del PP a acudir al debate electoral programado en la televisión autonómica andaluza. Sabio consejo éste, que con seguridad procede del mismo caletre que persuadió a Aznar para que no se empleara a fondo contra un noqueado González en las elecciones de 1993, con el resultado por todos conocido.

En Andalucía la mayoría absoluta también estaba garantizada, como la de Aznar en aquel año. Es más, cuando el escrutinio andaluz frisaba ya el cincuenta por ciento y el PP andaba todavía a diez escaños de la mayoría absoluta, la euforia en las sedes del partido era indescriptible, barajando una horquilla con 59 diputados en la parte más baja del pronóstico.

El sometimiento de todo un partido como el PP a los antojos de su equipo demoscópico habitual no tiene precedentes. No sólo han decidido hacer una campaña en Andalucía como si fueran a ganar sin bajarse del autobús, en frase del mítico Helenio Herrera, sino que por no incomodar, hasta la política nacional del Gobierno popular ha estado supeditada a esta exigencia de placidez morcillona, no fuera que los andaluces tuvieran la impresión de que el PP tiene intenciones de reformar en profundidad el desastre heredado por Zapatero.

Los frutos de esa estrategia son impresionantes: ciento setenta y cinco mil votos menos en Andalucía que en 2008, cinco puntos menos respecto a las últimas elecciones generales, una huelga general y la imposibilidad de arrebatarle a la izquierda el gobierno de la Comunidad Autónoma durante al menos otros cuatro años.

Para ganar en una región dominada por el socialismo durante décadas no basta con aventar la corrupción, porque esa es una circunstancia natural en el PSOE que sus votantes dan por amortizada. Los andaluces tienen la principal responsabilidad en este resultado electoral, por haber preferido seguir cuatro años más en manos de los que se forran a cambio de repartir los despojos, pero eso no debe ocultar la negligencia de un Partido Popular cuyo candidato, un campeón, se ha permitido hasta el lujo de eludir un combate cuerpo a cuerpo que debió aceptar por siniestras que fueran las condiciones preparadas por los funcionarios de Canal Sur. Subir doce escaños en una sola elección, y más en Andalucía, no es algo que se pueda conseguir sólo abrazándose con Montoro en loor de multitudes al comienzo de los telediarios.

Solamente Alvarez Cascos ha conseguido superar la gesta de su ex compañero Arenas, convirtiéndose en el segundo político español que convoca unas elecciones para perderlas, hazaña que hasta hoy sólo había conseguido Calvo-Sotelo con una UCD en fase terminal.

Javier Arenas, el principal perjudicado de esta noche electoral, ha puesto su cargo a disposición de Rajoy. Si hay algo seguro es que al “perjudicante” no se le ha pasado ni remotamente por la cabeza hacer lo mismo con el suyo. 

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