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Pablo Molina

Adictos a la subvención

El hermano de mienmano utilizaba los cafelitos para traficar con prebendas oficiales y aquí, por imperativos geográficos, el orujo de hierbas habrá sustituido a la cafeína sevillana, pero la industria, en esencia, sigue siendo la misma.

D. José Blanco, azote de la derecha política más voluntarioso que efectivo, aparece involucrado en una fea trama relacionada con el cobro de coimas para trincar subvenciones ilegales de la Junta de Galicia y el gobierno central. El hermano de mienmano utilizaba los cafelitos para traficar con prebendas oficiales y aquí, por imperativos geográficos, el orujo de hierbas habrá sustituido a la cafeína sevillana, pero la industria, en esencia, sigue siendo la misma.

El tiempo y la Justicia dirán lo que hay de cierto en las graves acusaciones que un empresario imputado ha lanzado sobre el todavía ministro de Fomento y portavoz del gobierno, siempre, claro, que el transcurso del tiempo necesario para dilucidar la sede judicial encargada del caso al tratarse de un aforado no haga prescribir los presuntos delitos que se han de investigar, que de todo hemos visto ya por estos pagos.

No obstante lo anterior, este nuevo caso de presunta corrupción en el manejo del dinero público demuestra una vez más la perversión de un sistema de subvenciones que necesariamente acaba corrompiendo a los más desaprensivos.

España es el paraíso de la subvención, lo que dice muy poco de nuestra capacidad para enfrentarnos a los retos de la vida sin necesidad de meter la mano en el bolsillo ajeno. En el caso de las subvenciones a las empresas la tentación es mayor dado el volumen del presupuesto que se maneja, pero como aquí todo el mundo tiene que trincar una subvención hasta para las cosas más absurdas, se cargan las tintas cuando se coge a un golfo con las manos en la masa sin reparar que lo verdaderamente corrupto es quitar el dinero a unos para dárselo a otros en función de criterios políticos.

Si los políticos quieren sinceramente estimular la actividad económica sólo tienen que bajar los impuestos a las empresas. Así nos ahorraríamos los centenares de organismos dedicados supuestamente al fomento empresarial y los miles de millones de euros que cada año se emplean para subvencionar a los más avispados.

El problema no es el trinque sino la aprobación general que concitan las subvenciones. Y los políticos, claro, que encima las visten como zorras. Ya saben, esos animales especialmente cautos a que se refiere la última jurisprudencia del ponente del Olmo.

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