El reciente artículo de Francisco Sosa Wagner acerca de una posible coalición electoral entre Ciudadanos y UPyD, en el que también se denunciaban los modos autoritarios de este último partido –algo de lo que yo mismo podría dar testimonio detallado, pues aún conservo mis notas de la época en la que participé en sus órganos de dirección–, ha levantado una polémica polifacética en la que, además de los actores implicados, han intervenido varios medios de comunicación, estos últimos principalmente introduciendo cuestionarios para que sus lectores pudieran asociarse o no a la iniciativa del eurodiputado magenta.
La cara más desagradable de esa polémica la han protagonizado varios dirigentes de UPyD, incluyendo a Rosa Díez, el actor Cantó, la columnista Lozano o el profesor Gorriarán, todos ellos diputados en el Congreso. Digo desagradable porque su línea argumental ha sido principalmente la de descalificar a Sosa Wagner haciendo aparecer trapos sucios –eso sí, de aparente naturaleza política–, sin duda para sustentar una futura operación de expulsión del partido –lo que no sorprendería a nadie que haya tenido la experiencia de militar en UPyD, pues esa ha sido la técnica más empleada por su dirección para depurar cualquier controversia interna, eludiendo así cualquier debate político–. No obstante, también se ha aludido a una resolución contraria a las coaliciones electorales adoptada mayoritariamente en el último congreso del partido, haciendo de ella un valladar infranqueable. Por cierto que nadie se ha preguntado cómo es posible que en un partido político se cometa la estupidez de aprobar resoluciones de esa naturaleza, que coartan cualquier posibilidad de adaptar la acción electoral a las circunstancias cambiantes de la coyuntura política. Mi hipótesis es que se trata de una decisión exigida por el singular liderazgo de Rosa Díez, en el que cuenta más el divismo de su protagonista que cualquier tipo de razonamiento político.
Por otra parte, una faceta adicional de esta polémica que promete durar más allá del estío agosteño ha sido el hecho de que los dirigentes de Ciudadanos se hayan dejado querer, eso sí, atribuyendo cualquier posibilidad práctica de la propuesta a lo que sea capaz de decidir UPyD. Es esta postura pasiva la que más ha llamado mi atención, pues parece que en Ciudadanos nadie se ha parado a pensar si a este partido le conviene asociarse electoralmente con UPyD. Tal vez se hayan dejado arrastrar por los medios de comunicación que, también sin un análisis político de fondo, pontifican sobre la materia tratando de determinar la trayectoria de estos partidos. O tal vez ocurra que el calor del verano no invita a pensar sobre semejante asunto.
Por mi parte, considero que para Ciudadanos la asociación con UPyD sería un error, pues coartaría definitivamente sus posibilidades de convertirse en un partido nacional. Es cierto que, en Ciudadanos, aún no se ha decidido esto último y está por ver si finalmente el Movimiento Ciudadano que promovió hace unos meses para afrontar las elecciones europeas se convierte en la plataforma sobre la que pudiera sustentarse tal transformación en un partido nacional.
Partamos, no obstante, de la hipótesis de que Ciudadanos se plantee ser un partido nacional español y no sólo una formación de carácter regional, de manera que su estructura se extienda por toda España y sus candidatos se presenten en todas las circunscripciones. En tal caso su alianza electoral con UPyD sería poco interesante. Digo esto por varias razones, entre las que no son menores las referentes a las diferencias ideológicas entre ambos partidos. Pero, en este momento, considero más importante el hecho de que el partido de Rosa Díez haya entrado en un proceso similar al que experimentan el PP y el PSOE: decepción por parte de una amplia proporción sus electores, con el consiguiente abandono de su referencia política, y reducción en la intención de voto. Esto se reflejó en los resultados europeos de la formación magenta, aunque las mayores pérdidas de PP y PSOE, parte de las cuales acabaron paradójicamente en la urna de UPyD, camuflaron tal resultado.
Un estudio de Sigma Dos que publicó El Mundo hace unas semanas reveló que, con respecto a las elecciones generales de 2011, UPyD sólo logró mantener al 51% de sus electores –igual, por cierto, que el PSOE–. La pérdida correspondiente (558.000 votos) se compensó parcialmente con 291.000 votos que le cedió el PP, los 62.000 que le proporcionó el PSOE y los 79.000 que le endosaron otros partidos. El resultado final fue una pérdida neta de 127.000 votos. Es interesante observar que, de los 558.000 votantes de UPyD en 2011 que no le votaron en las europeas, 372.000 (66,6%) se quedaron en su casa –un fenómeno éste de proporciones similares a las que registraron el PP y el PSOE–, 113.000 (20,3%) votaron a IU o a Podemos, 49.000 (8,8%) a Ciudadanos y cantidades menores alimentaron los resultados del PSOE y otros partidos no identificados.
Ese mismo estudio mostró, por otra parte, que Ciudadanos –que obtuvo en las europeas 495.000 votos– se alimentó del PP en un 42% (208.000 votos), del PSOE en un 14% (69.000 votos), de UPyD en un 10% (49.000 votos), de la abstención en casi un 25% (121.000 votos) y en cantidades menores de otras opciones. Esto quiere decir que Ciudadanos atrajo sus votos de las mismas fuentes que el partido magenta –exceptuada la abstención–, así como de la propia UPyD. Todo ello significa que, si diera el salto para ser un partido nacional, Ciudadanos podría movilizar a los electores centristas descontentos con el PP y el PSOE –que son muchos, pues el 53% de los primeros y el 36% de los segundos se quedaron en su casa en las elecciones europeas– y a la vez cercenar las bases de UPyD –donde el descontento es evidente, como muestran las últimas estimaciones del CIS acerca de la intención de voto a este partido, en las que se señala una caída de más de un tercio en lo que va de año–.
Dicho de otra manera, Ciudadanos tiene un capital político relevante y está creciendo en prestigio entre los electores españoles –y puede ir más allá si sostiene su papel de oposición contra el independentismo catalán–. Es un partido ascendente, en lo que, por cierto, coincide con Podemos. Por el contrario, UPyD se encuentra en fase descendente, con un prestigio cada vez menor debido a sus disidencias internas y, sobre todo, a la forma autoritaria de resolverlas. Por eso, para Ciudadanos vincular su trayectoria a Rosa Díez sería lo mismo que cargar con un moribundo. La alianza electoral entre estos dos partidos sólo beneficiaría a UPyD –aunque su líder, ofuscada por su divismo, no pueda verlo– y lastraría, tal vez para siempre, a Ciudadanos, impidiendo su proyección en el ámbito nacional. No creo que sea esto lo que, tal como algunos medios predican, convenga a España.