Como ocurre casi siempre en estos casos, los medios de comunicación no han mostrado el debido agradecimiento al descubridor del llamado agujero de ozono con ocasión de su todavía reciente fallecimiento. Sin embargo, los trabajos polares de este científico han sido realmente decisivos para el futuro de la humanidad, e incluso de la vida en nuestro planeta.
Quienes suelen criticar los excesos sensacionalistas que en ocasiones afectan a la divulgación ecológica, caen con facilidad en el error de poner en el mismo saco el tema del calentamiento global y el de los agujeros de ozono. La realidad es diametralmente opuesta como trataremos de demostrar.
Un descubrimiento trascendental
Las teorías sobre el llamado cambio climático o calentamiento global se han basado en estudios de modelos informáticos; habrá evidencias, como el deshielo que actualmente sufre el Ártico, pero no pruebas derivadas de la aplicación del método científico. Un disparatado bombardeo de amenazas de catástrofes y una legión de demagogos encabezados por el desenmascarado Al Gore pusieron la leña en el asador de la histeria global, pero poco a poco la Ciencia va logrando abrirse paso y seguramente se llegará a una postura final sensata y científica. Ya ha comenzado la lucha para conseguir el mundo VAS (viento, aire y sol) en que la energía necesaria para el mantemiento de la actividad humana se podrá obtener de una manera limpia, utilizando esta misma limpieza también para la información al público.
El caso de los agujeros de ozono no tiene nada que ver con el sensacionalismo. Joseph Charles Farman era uno de los llamados " científicos polares": un verdadero héroe capaz de afrontar los rigores mas extremos de la naturaleza para obtener datos científicos que ayudan a comprender mejor el rompecabezas del clima y los problemas ambientales, trabajando en estaciones situadas en los ambientes polares, es decir, en los más inhóspitos de nuestro planeta.
El manto de ozono situado en las capas altas de la atmósfera es esencial para la filtración de gran parte de los rayos ultravioleta procedentes del sol que llegan hasta nuestro planeta. Hicieron falta millones de años para que se formara esta ozonosfera protectora, después de que la actividad de los seres vivos vegetales liberara la suficiente cantidad de oxígeno como consecuencia de su metabolismo. Una vez en el aire, las moléculas de oxígeno formadas por dos átomos pueden incorporar un tercero pasando de O2 a O3, es decir, al alótropo del oxígeno llamado ozono que es capaz de realizar la filtración ultravioleta.
Antes de la acumulación del ozono en las capas altas de la atmósfera, la vida tenía que restringirse al seno de las aguas marinas. Conquistar la tierra firme era cuestión de mucho tiempo, millones de años como ya sabemos. Todo llegó, y plantas y animales pudieron abandonar su protección acuática y conquistar los primitivos continentes.
El 6 de mayo de de 1985, Framan, Gardiner y Shanklin publicaron en la revista Nature, la de más prestigio en su género, los resultados de un descubrimiento muy inquietante: la capa de ozono situada sobre el continente Antártico se estaba reduciendo con tal rapidez que, tras las primeras mediciones reveladoras, los científicos pensaron que sus instrumentos de medición se habían estropeado: no era así, los datos eran ciertos y la humanidad se encontraba ante el problema más grave que jamás hubiera tenido que afrontar. Realmente los rayos ultravioleta sin el filtro de ozono podrían acabar con la vida en toda la superficie terrestre, relegándola a la profundidad de los mares, de donde no había podido salir hasta haber formado el suficiente ozono.
Los contaminantes responsables
No tardó en identificarse a los culpables del agujero de ozono: se trataba de los gases llamados clorofluocarbonos (CFC), unos compuestos que se utilizaban en diferentes procesos industriales, especialmente como propelentes de aerosoles y como componentes de los circuitos de refrigeración. Volvíamos al mito del mono con un revolver en la mano; el inocente hombre de la incipiente sociedad industrializada estaba jugando con el equilibrio vital de los procesos ambientales, y lo hacía con alegre inconsciencia. Era preciso parar de inmediato la emisión a la atmósfera de tales contaminantes.
No se trataba de una tarea sencilla: la industria de la refrigeración había proporcionado altos niveles de comodidades domésticas, y gracias a ella y a sus gases refrigerantes las neveras habían dejado de ser simples cajones más o menos aislados que se llenaban de hielo para convertirse en uno de los más cómodos e indispensables electrodomésticos de la llamada "gama blanca". Más importante aún era la función de refrigeradores y congeladores como conservantes del alimento en países pobres en los que tal conservación de la carne y el pescado venía a ser uno de los factores más útiles en la lucha contra la pobreza y el hambre.
De pronto había que renunciar a todos estos logros, a no ser que se encontraran sustituyentes de los insostenibles CFC, así se hizo, si bien los nuevos compuestos se lanzaron por la industria sin tiempo para garantizar su inocuidad. Sólo dos años después de la publicación del artículo de Farman en Nature se firmaba el Protocolo de Montreal, y cinco años más tarde el de Copenhague. Frente a la resistencia de algunas fuerzas de la Industria estos tratados consiguieron imponer compuestos alternativos a los CFC, y sobre todo reflejaron una toma de conciencia global realmente sin precedentes.
Antes de publicar sus estudios, Farman y colaboradores habían trabajado durante cinco años en el continente Antártico. Ni la propia NASA se había atrevido a dar como ciertos los datos que ella también había procesado, pero que sus ordenadores rechazaron como erróneos. La capa de ozono había disminuido sobre el Continente Helado un escalofriante 40%.
Es posible que las investigaciones polares de Farman no hubieran podido llegar a su final, víctimas de alguno de esos recortes que de vez en cuando enfrentan la economía y la investigación pura; pero resultó providencial la formación química de Margaret Thatcher, que supo comprender la trascendencia de los trabajos de estos científicos y los rescató de la detención por inanición económica.
Tras sufrir un infarto cerebral el pasado febrero Joe Farman murió el dia 11 de mayo del presente año. Por su labor científica había recibido la medalla polar, así como altas distinciones por parte de las Naciones Unidas y en el año 2000 fue nombrado caballero del Imperio Británico.
Es tradicional la ingratitud con que la sociedad suele despedir a sus científicos, incluso cuando éstos consiguen salir del anonimato. En este caso estamos recordando y rindiendo homenaje a quien no parece exagerado definir como uno de los héroes en la lucha por la defensa de la vida en nuestro planeta.
Miguel del Pino Luengo es Biólogo y Catedrático de Ciencias Naturales
Nota del autor:
Lamento el lapsus al redactar que me hizo confundir los términos "isótopo" y "alótropo". La rapidez que a veces requiere el periodismo hace que algunas veces ocurran cosas así de desagradables.
En cuanto a los numerosos comentarios que complementan la posible participación de los CFC en el llamado "agujero de ozono", son verdaderamente interesantes, muy especialmente los que se refieren a la actividad volcánica y a la probable actividad cíclica de la destrucción del ozono. Particularmente considero estos aspectos aún más relevantes que la contaminación debida a la actividad humana.
Me gustaría aclarar que no se profundizó en el artículo en dichos aspectos científicos porque la intención fundamental era rendir homenaje a la figura de los científicos que trabajan en los duros ambientes polares, haciendo referencia al tremendo impacto que Ferman y sus colaboradores consiguieron al publicar su artículo en Nature. No todos tuvieron la suerte de terminar sus días de manera natural y cargados de honores; baste recordar el triste caso de Alfred Wegener, muerto en Alaska junto a todo su equipo a principio de los años veinte, cuando trataba de encontrar pruebas para su teoría de la Deriva Continental, ridiculizada por los vencedores de la Gran Guerra.
Reiterando mis disculpas por un lapsus ya subsanado agradezco a todos los comunicantes su seguimiento y sus correcciones.
Miguel del Pino.