El cincuentenario del fallecimiento de Walt Disney, el genio creador del gran imperio Disney, abre un tiempo de homenaje al artista, pero también mueve a una reflexión sobre las consecuencias para la Naturaleza del criterio de humanización de los animales que caracterizó a tantas producciones de la factoría.
En realidad cabría distinguir tres apartados en dichas producciones: las películas de animación basadas en el mundo de los animales, las homólogas que tienen como protagonistas a seres humanos, y los documentales de naturaleza pura. Su enfoque y los mensajes que se encierran en unas y otras son marcadamente diferentes.
En lo que se refiere al primer apartado, la factoría Disney es pionera en la práctica de la creación de personajes de animación con forma de animales humanizados: desde el ratoncito Mickey y su encantadora novia hasta Bambi, pasando por el desgalichado Goofy, la simpática Clarabella o el gruñón pato Donald, tío de tres deliciosos sobrinitos y sobrino a su vez del ricachón y avaro Gilito, nos encontramos con un universo de humanoides-animales o de animales-humanoides.
Con toda intención utilizamos adjetivos atribuibles a la condición humana a cada uno de los animales recordados; eso es precisamente lo que los creadores pretendían, es decir, que los animales se expresaran como hombres y padecieran y gozaran como ellos.
Todo el mundo Disney y cada uno de sus personajes está barnizado con la pátina del arte y nadie puede dudar de su encanto y su atractivo para el mundo infantil. Aquí radica precisamente el peligro de confusión que encierran sus mensajes para la auténtica comprensión y aceptación de las elementales leyes de la naturaleza.
Científicamente se denomina antropocentrismo a esta presentación de los animales como si fueran trasuntos de nuestra especie. La divulgación de la naturaleza y en particular del mundo animal se ha visto impregnada durante décadas de este error como consecuencia de la fuerza expresiva de los personajes animados tomados del mundo zoológico.
Consecuencia inmediata e inevitable del enfoque antropocentrista es la división de los animales en "buenos" y "malos". Como puede imaginarse, los herbívoros son los primeros y los carnívoros los segundos, y como consecuencia de sus supuestas bondades o maldades hay que proteger a unos y perseguir a otros. El lobo suele ser el peor de los proscritos de los cuentos que preceden o que hacen seguimiento de la filosofía naturalista de la factoría Disney y de sus continuadores o imitadores.
La película Bambi, maravillosa sin duda desde el punto de vista artístico, e innovadora por introducir novedosos efectos de relieve en la tecnología del dibujo animado, incluye un nuevo componente desde el punto de vista del mensaje que encierra: por primera vez los encantadores personajes del cervatillo, su bella mamá, el conejito Tambor, la mofeta, el Señor Búho y el resto de la faunilla que se despierta llena de encanto con la llegada de la primavera encierran un mensaje ideológico: Bambi fue en realidad un demoledor mensaje contra la caza que no reparó en que iba a hacer llorar a millones de niños del mundo.
En Bambi el malo ya no es el lobo, sino el hombre, y así se le llama en el lenguaje empleado en el texto. El cazador que abate a su madre se convierte para los niños en un objeto de implacable odio, que en muchas personas se ha mantenido de por vida.
Bambi influyó de tal manera en el concepto de varias generaciones de lo que debe ser protección de la naturaleza que se produjeron experiencias proteccionistas en los habitats de la especie que inspira el personaje: el ciervo de Virginia (Odocoileus virginianus).
Varias protectoras norteamericanas unieron sus esfuerzos para crear una gran reserva en la que los "Bambis" no corrieran ningún peligro, y para ello eliminaron en ella a todos los predadores naturales, masacrando a los, coyotes y demás presuntos enemigos del cervatillo. El resultado fue la necesidad de eliminar a corto plazo a los últimos supervivientes del rebaño, diezmados por las enfermedades ante la falta de control derivado de la eliminación de sus controladores naturales.
Seguramente los bienintencionados "protectores" desconocían la dureza de las verdaderas leyes que rigen el equilibrio entre predadores y presas y del propio funcionamiento de las poblaciones animales. En la realidad Bambi habría tenido una hermanita gemela que seguramente habría muerto, porque en esta especie de cérvidos son habituales los partos dobles de macho y hembra, pero la madre, la encantadora cierva, sólo habría aceptado a uno de los pequeños, el más fuerte, dejando al otro morir de inanición. La belleza de la naturaleza hay que buscarla en la realidad, que aunque dura en casi todas las ocasiones, ofrece una maravillosa resultante final.
A Félix Rodríguez de la Fuente, a Cousteau y a tantos otros divulgadores posteriores a los tiempos de Disney les costó mucho trabajo evitar que sus producciones se apartaran del modelo antropocéntrico. Félix solía frecuentemente hablar del peligro de este sistema erróneo de enfocar la enseñanza de la naturaleza. Los animales no son caricaturas del hombre y así debe entenderse para no caer en idealizaciones que casi siempre revierten en contra de los propios seres a los que se pretende proteger.
Los documentales de Disney, como El desierto viviente, La pradera del pasado y, sobre todo, la Leyenda de lobo, presentan mucho mayor valor ecológico, aunque no encierren el encanto de los muñecos dibujados y animados. En estas películas los naturalistas de la factoría se muestran mucho más cercanos a la realidad, y sus mensajes han sido extraordinariamente formativos.
Gracias a La pradera del pasado, muchos niños de todo el mundo vieron por primera vez el parto de un herbívoro y los esfuerzos de su agotada madre para evitar que el pequeño fuera presa de los coyotes. En el Desierto viviente se mostró cómo bulle la vida incluso en los ambientes más inhóspitos del planeta; en La leyenda de lobo, película especialmente maravillosa, el enfoque se apartaba por completo de esa presentación del "lobo malo" que tanto daño y tantas persecuciones ha costado al inteligente ancestro de nuestros perros.
¿Puede el valor artístico de una producción justificar lo erróneo de los mensajes científicos que pretende ofrecer? Rotundamente no, aunque en ocasiones como la que comentamos, hay que rendirse al arte y el encanto. Ambas cualidades desbordaban en los dibujos animados de la factoría del genial Walt Disney.