El terrible atentado de París nos ha recordado que vivimos en tiempos de guerra, global e implacable, contra el islamismo armado o yihadismo. Miles de jóvenes que viven en las sociedades occidentales ya son parte o quieren ser parte de esa yihad global que hoy tiene su epicentro en el denominado Estado Islámico. Esta es la amenaza urgente, lo que debemos enfrentar aquí y ahora. Pero el reto no se limita a ello, ya que el yihadismo fluye de una corriente ideológico-religiosa, el islamismo o islam político, enraizada en los fundamentos mismos del islam.
Debemos por tanto ser capaces de reconocer, como dijo Tony Blair en 2013, que
hay un problema dentro del islam, de parte de los adherentes a una ideología que es una rama dentro del islam (…) En su núcleo existe una concepción de la religión y de la relación entre religión y política que no es compatible con las sociedades pluralistas, liberales y tolerantes.
Esta concepción no es, sin embargo, algo privativo del islamismo, sino que arraiga en la aspiración fundacional del islam de regir la vida social en su integridad. Esta aspiración, y no sólo los métodos para alcanzarla, es el quid del problema. En este sentido, es sintomático que la crítica al yihadismo proveniente del islam institucionalizado (como el gran muftí de Egipto) se centre en la brutalidad de los métodos o en la proclamación ilegítima del califato, pero sin entrar en el fondo del asunto, que no es otro que la voluntad de crear una sociedad y un mundo islamizados.
Esta es la encrucijada del islam contemporáneo, y debiera ser encarada, clara y honestamente, por aquellos musulmanes reformistas que quieren hacer del islam una religión moderna, plenamente compatible con sociedades secularizadas y democráticas. Para sobrevivir en el largo plazo, el islam debe iniciar una retirada desde su concepción original totalizante hacia la esfera puramente espiritual y privada. Sólo cuando aprenda a decir "Mi reino no es de este mundo" el islam tendrá un futuro. Queda por ver si será posible.