Pero para ello, hay que ser coherente, que no es lo que le ocurre a José Bono, quien tendría que padecer un fuerte conflicto interior si realmente piensa lo que ha expresado en su artículo de El País, cuando trata de conjugar con éxito la condición de católico, con la condición de socialista pro Gobierno, que no de socialista. Apoyar al Gobierno en una ley que aprueba el aborto libre durante un plazo y seguir el Evangelio de Jesús son dos deseos que se contradicen. En estas circunstancias, se le debería aconsejar al menos que fuera coherente.
Según Bono:
Hay sectores de la Iglesia católica que exigen al Estado que actúe con mano justiciera, aplicando penas y castigos, mientras se reservan para ellos la mano acogedora del perdón o de la penitencia purificadora. Como político que quiere inspirar su vida en el Evangelio de Jesús, aspiro a que también la nueva ley incluya una dimensión de comprensión y misericordia.
¿Cuál es la fuente de esas declaraciones que atribuye a sectores de la Iglesia católica? En realidad, de lo que se trata es de exigir, católicos y no católicos, que el Estado aplique una legislación, encabezada por una Constitución y por el resto de declaraciones, acuerdos y tratados internacionales sobre derechos fundamentales y libertades, sin ambigüedades, claramente inspirada en el respeto a los valores humanos que afectan al fundamento de la dignidad humana. Valores que son simplemente humanos y no sólo cristianos. Y cuya protección sea inmutable y no sujeta a la opinión cambiante de las mayorías.
En cuanto a su deseo expreso de comprensión y de misericordia, la propia Encíclica Evangelium Vitae, en la que dice que ha buscado inspiración, le tendría que haber aclarado cómo debe ser éste manifestado. Resulta muy ilustrativo este enlace en el que se recoge el mensaje que Juan Pablo II dirige en primera persona a la mujer que ha pasado por la experiencia del aborto. Además, incluye un apartado del Catecismo de la Iglesia Católica que debe aplicarse a cualquier falta por grave que sea. Básicamente, la receta es: perdón siempre, pero siempre que exista un arrepentimiento sincero. Creo que en esto último está el problema de la versión particular de Bono que destila tanto "buenismo": despachar comprensión y misericordia a priori para poder pecar a gusto, sin arrepentimiento. Pero esta teoría que Bono aplica respecto al valor principal de todo ser humano, que es su vida, está llena en la práctica de relativismo hedonista, y no es muy propia de la cristiana cultura de la vida, más bien es propia de la laicista cultura del placer sin responsabilidad.
Y nos dice que como católico siente interpelada su conciencia. Ahora bien, no ha aplicado correctamente la disposición nº 73 de la Encíclica Evangelium Vitae, que por cierto, Bono cita omitiendo lo que a continuación se aparece entre corchetes:
Un parlamentario, [cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos], puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos.
El supuesto de hecho, que es el proyecto de ley de reforma, no se ajusta a esta disposición. Porque Bono da por hecho que reducirá el número de abortos. Pero si lo que se aprueba es el aborto libre en las primeras catorce semanas, la ley será en ese plazo totalmente permisiva, y lo lógico no sólo será esperar que aumente su número, por no existir restricción legal, ni médica, ni en principio económica (veremos cómo queda la objeción de conciencia) durante un plazo determinado, sino que también favorecerá la tendencia a acelerar el proceso para entrar dentro del plazo.
Y en cuanto a cómo queda regulado a partir de la semana catorce, se ha mantenido lo dispuesto en la vigente ley, por lo que ese "coladero" al que alude Bono podría seguir operando, ya que prácticamente sólo cambiaría la eliminación del supuesto de riesgo psíquico a partir de la semana veintidós, dejando abierta la puerta en este caso de prohibición a la práctica clandestina. Según Bono, en su citado artículo: "Su prohibición (aborto)...sólo ha logrado su práctica clandestina". ¿Qué le hace pensar, si se aprueba la ley, que cuando no entre en plazo, no se vaya a realizar también?
Sobre todo teniendo en cuenta lo más grave de la reforma, que es legalizar la realidad del aborto: porque legalizar implica también dar un barniz de legitimidad, aunque sea una realidad radicalmente injusta, por lo que al final también contribuirá a que opere menos la restricción de conciencia que pudiera actuar de freno en ese proceso. Con esta reforma se difunde un mensaje pernicioso en el uso de la libertad, desligándolo del sentido de la responsabilidad. Este mensaje de excesiva permisividad en materia sexual se extiende hasta en personas que no están todavía formadas, de las que se pretende que tomen decisiones sin contar con el conocimiento de sus padres.
No puede conducir esto más que a una mayor promiscuidad sexual en los jóvenes, y en consecuencia, a más abortos inducidos, entre ellos los ocasionados por la píldora del día después. Y esto es lo más trascendente de la reforma legal, que en ella subyace la ambiciosa pretensión de una reforma mental: que la sociedad consienta el crimen organizado de seres humanos absolutamente indefensos. El remedio no está en el después, sino en el antes, promoviendo una verdadera educación afectivo-sexual, bajo la guía de los padres, que tenga en cuenta íntegramente a la persona (En el cap. III del proyecto dedicado a la educación, ni se menciona el término afectivo o similares).
Finalmente, respecto a esta parte de sus declaraciones: "aquellos religiosos españoles que, durante los ocho años que gobernó el PP, aceptaron mansamente la aplicación de la ley de aborto aprobada en 1985". ¿A quiénes se refiere? La Conferencia Episcopal Española informa a través de su web en relación a su postura, en estanota de prensay en variosdocumentos y declaracionesque se han hecho durante esos años.