Yaser Arafat quiere pasar a la historia como Abú Amar, el Padre Constructor, el Padre Fundador de Palestina. Algo de razón llevan, él y los de la Canallesca necia y judeófoba, pues él y su mentor, el muy nazi muftí de Jerusalén Haj Amín el Huseini, pusieron los mimbres de esa entelequia que sólo ahora, y sólo porque existe el Estado de Israel, puede cobrar forma.
Quería pero no; andando el tiempo se le recordará por lo que fue: Saturno; Saturno devorando a sus hijos. Y es que no hay nadie con más cadáveres palestinos a sus espaldas que este egipcio nacido en El Cairo en el seno de una familia de comerciantes ricachones, por parte de padre (Abdar Raúf), y que se las daba de estar emparentada con el mismísimo Mahoma, por parte de madre (Hamida).
Jordania, el Líbano, Gaza, lo que ahora llamamos Cisjordania pero siempre fue Judea y Samaria, Israel: algún día habrá que ponerse a contar (siquiera grosso modo) los palestinos que ha matado este sujeto, los que ha hecho matar con sus políticas fundadas en la destrucción, en la mera muerte.
Quizá porque no bebía, no fumaba y de la otra efe más bien poco y ya de viejo –con la tal Suha, que dice lamentar no haberle dado un varón que muriera matando por la Causa–, Abú Amar dio en pasar los días con sus noches maquinando matanzas, inyectando odio en las masas, planeando purgas y divisiones en sus propias filas, demandando el martirio a las mujeres y los hijos del prójimo que nunca nunca lo será, porque él no está cerca de nadie, sino Más Allá, siempre por (y muy) encima de todos.
Sólo una vez dijo verdad; sin querer y a la Fallaci. Fue en Amán, en marzo de 1972: “Es probable que yo resulte mucho más útil muerto que vivo”.
Muchos –y todos los revolucionarios por cuenta ajena– llorarán su muerte. Algunos, en cambio, volveremos a leer aquello que dijo Golda Meir, en noviembre del 72 y de nuevo a la Fallaci: “He conocido gente que murió demasiado pronto, y me ha dolido. He conocido gente que ha muerto demasiado tarde, y me ha dolido mucho más”.
También leeremos esto (de la misma a la misma en la misma entrevista), con la esperanza de que pronto, aunque ya tan tarde, podamos arrumbarlo en el archivo de los pasajes anacrónicos: “Creo que la guerra en Oriente Medio durará aún muchos años. Y le diré porqué. Por la indiferencia con que los dirigentes árabes envían a morir a su propia gente, por lo poco que cuenta para ellos la vida humana, por la incapacidad de los pueblos árabes para rebelarse y decir basta”.