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Manuel Pastor

Escandinavitis

Quizás somos un poco injustos con estos personajes –héroes y villanos– de nuestra convulsa y un tanto surrealista historia y, en el fondo, todos seamos (como Hayek sospechaba de la existencia de socialistas en todos los partidos) un poco escandinavos.

"La pregunta más importante y que nadie se ha planteado (...) es qué significa Breivik?", escribía Bret Stephens y, tras una inteligente reflexión, al margen de la presunta adscripción del psicópata asesino a una fantasmal Order of Knights Templar, y de las especulaciones políticas interesadas en los medios progresistas, respondía: la encarnación del Mal.

Como es sabido, existen los precedentes históricos de fenómenos designados como Quisling, Finlandización y Síndrome de Estocolmo. Mas que pensar ahora en un término nuevo relativo a la reciente tragedia en Noruega, deberíamos establecer el genérico escandinavitis, cuyo significado podría ser algo así como una cierta predisposición de las sociedades escandinavas a ser rehenes del chantaje terrorista totalitario, venga del nazismo, del comunismo o del yihadismo islamista.

Ante todo seamos claros: Escandinavia produce mujeres estupendas, pero en casi todo lo demás es tan aburrida como las películas de Igmar Bergman y sus imitaciones estilo Woody Allen. Su producto oriundo más genuino ha sido el pacifismo buenista, apaciguador, multi-culti, progre y esencialmente antiamericano, cuya mejor y paradójicamente absurda expresión en tiempos recientes ha sido la concesión del Premio Nobel de la Paz 2009 precisamente al presidente Obama. Mi admirada Michele Bachmann ya observó con toda razón durante la campaña presidencial en 2008, y fue duramente criticada por ello, que el senador negro era el candidato favorito del antiamericanismo europeo. El fenómeno persiste: mientras la mayoría de los americanos ya se han caído del guindo y valoran muy negativamente en las encuestas su presidencia, entre los escandinavos y europeos en general, con pocas excepciones, la obamamanía sigue siendo sólida y boyante (en España, incluso entre los dirigentes del PP).

Ahora que lo pienso, en contraste con la valiente Michele, hay en Minnesota (donde disfruto mis vacaciones) un ingrediente de estulticia política local de origen escandinavo que, históricamente, se manifiesta de manera esporádica, proyectándose en la política nacional: el prohibicionista Volstead, el radical Olson, el aislacionista Knutson, el pánfilo Mondale, el plúmbeo Keillor, el payaso Franken... Tengo un vecino en St. Cloud de esa etnia que según me dijo votó a Obama porque estaba seguro que iba a hacer la paz con los islamistas y de esa manera su nieto, soldado americano destacado en Afganistán o Irak, no recuerdo, regresaría inmediatamente a casa.

Toda la prensa progre y por supuesto Televisión Española han contado hasta la saciedad que el lunático asesino de Noruega es un neonazi, cristiano y conservador. Puede que sea lo primero, pero la matanza de inocentes es absolutamente incompatible con el cristianismo y el conservadurismo modernos. Sería tan absurdo como culpar a la religión ortodoxa por los crímenes de Stalin o al catolicismo por los de Hitler. ¿Acaso son responsables de los delirios de este autoproclamado "Caballero Templario" los masones americanos de la Order of Knights Templar a la que pertenecieron quince presidentes, demócratas y republicanos, desde Washington a Truman? Cualquier persona con un mínimo de cultura sabe que histórica y filosóficamente el cristianismo y el conservadurimo han sido los principales baluartes contra el terrorismo y el totalitarismo en nuestra trágica época, y por tanto solo la ignorancia o la mala fe de las izquierdas les incita a pescar en río revuelto. Por el contrario, el ateísmo y los materialismos económico o zoológico han sido las bases tanto del comunismo como del nazismo. Lo que anticipó nuestro Donoso Cortés y después sucesivamente Turguenev, Dostoyevski, Nietzsche y Hermann Rausching describieron como la Revolución del Nihilismo.

Este "vikingo" criminal (casualmente acabo de leer en Libertad Digital que durante el siglo noveno, cuando el reino cristiano astur-leonés se encontraba ocupado en la Reconquista frente al islam, sufrió asimismo la distracción de un ataque vikingo en las costas noroccidentales) se me antoja un auténtico demente que, consciente o inconsciente, ha actuado objetivamente como agente provocador al servicio propagandístico del islamismo radical y del yihadismo.

Los escandinavos han estado acostumbrados en su historia reciente a ver en sus costas, como parte del paisaje familiar, primero los yates vacacionales de la familia imperial rusa y después los submarinos espías soviéticos emergiendo averiados. Asimismo, sus sociedades excesivamente abiertas y confiadas se han acostumbrado a la presencia en su territorio de las redes siniestras del terrorismo internacional, camufladas dentro de una creciente comunidad de inmigrantes.

Antes me refería a la estulticia política escandinava, y en esa línea hay que reconocer que los tontos útiles también son muy convenientes como mártires para la causa totalitaria: véase el caso Olof Palme. ¿Alguien se acuerda de las circunstancias y motivos de su asesinato, aparte de la propaganda progre que lo presentó como víctima del pacifismo antiamericano? Como en el intento frustrado de asesinato del papa Juan Pablo II, la pista se pierde tras un terrorista (presuntamente islamista) de "extrema derecha". El pobre Palme –recuérdese la admiración que le profesaba Felipe González (mi perversa memoria me hace recordar ahora una reunión con Palme y el padrino Willy Brant en algún lugar de Escandinavia, en 1976, en la que el sevillano se calentó hasta el punto de proponer como meta para la Internacional Socialista la "dictadura del proletariado"!)– fue un icono para nuestros socialistas y nacional-socialistas: incluso Jordi Pujol llegó a escribir un ensayo apologético del modelo sueco de socialdemocracia. En tiempos recientes, en un debate sobre si Obama era cristiano o islámico, alguien con humor apuntó que en realidad era sueco: su socialismo se inspiraba, más que en la cristiana Black Theology o en el islamismo cultural de su padre y de su padrastro, en el tópico y aburrido modelo sueco.

A fin de cuentas, quizás somos un poco injustos con estos personajes –héroes y villanos– de nuestra convulsa y un tanto surrealista historia y, en el fondo, todos seamos (como Hayek sospechaba de la existencia de socialistas en todos los partidos) un poco escandinavos o padezcamos algún tipo de escandinavitis, es decir, que seamos también rehenes del terror.

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