Mientras el inepto y ruinoso sociólogo del PP, Pedro Arriola, menospreciaba a los miembros de Podemos tildándolos de "frikis", henchido de soberbia y engreimiento, tras las europeas del pasado mayo, otros advertíamos que Pablo Iglesias barrería del mapa a IU para convertirse en el nuevo referente de la izquierda española. Este fatal diagnóstico no solo se ha cumplido, sino que ha sido superado con creces por la realidad de los hechos debido, sobre todo, a la enorme torpeza que está demostrando el bipartidismo en su vano intento por frenar el ascenso del populismo. En los últimos meses, Podemos ha pasado de la tercera a la primera fuerza política en intención de voto, de modo que si hoy se celebraran elecciones generales recabaría el 27% de las papeletas, superando a PSOE (26,2%) y PP, que, con apenas un 20,7%, habría sufrido un desplome brutal, según la encuesta que publica este domingo El País.
Para entender este histórico vuelco es necesario tener muy presente una serie de factores excepcionales. El primero y más importante de todos es, sin duda, la crisis y, especialmente, la elevadísima tasa de paro (24%). El impacto generalizado de la recesión en todos los estratos de la sociedad y el drama de tener que soportar más de 5 millones de desempleados tras siete agónicos años de crisis es el caldo de cultivo idóneo para el nacimiento y desarrollo de una oleada de indignación, desconfianza y hartazgo entre la opinión pública, cuyo descontento hacia la casta política ha sabido interpretar y recoger a la perfección la cúpula de Podemos. Y lo cierto es que no les falta razón a los de Iglesias cuando cargan sin compasión contra PSOE y PP, culpándoles de la actual situación económica, pero yerran de plano en la solución. Si la crisis continúa no es por el exceso de capitalismo y la ausencia de intervencionismo estatal, tal y como erróneamente pregonan los comunistas de Podemos, sino por todo lo contrario. España es, por desgracia, una de las economías menos libres del mundo desarrollado, al tiempo que registra uno de los mayores déficits públicos de la OCDE e impone una sangrante carga fiscal a familias y empresas.
Desde 2007, socialistas y populares han disfrutado de una oportunidad histórica para hacer reformas estructurales con el fin de ganar competitividad económica y eficiencia administrativa y hacer de la española una economía mucho más atractiva para los negocios y la inversión exterior, tal y como hizo el Reino Unido durante los años 80, el norte de Europa a principios de los 90, Irlanda poco después, Alemania a inicios de la pasada década y los países del este de Europa durante la presente Gran Recesión. Por desgracia, los políticos patrios no quisieron o no supieron hacerlo. Primero Zapatero y ahora Rajoy se han contentado con hacer lo mínimo e imprescindible para que todo siga más o menos igual.
Los resultados saltan a la vista, y, como es lógico, esta desesperante decadencia económica se ha ido transformando con el paso del tiempo en una creciente desconfianza hacia los partidos tradicionales, ante su evidente incapacidad para resolver el principal problema del país (paro). Podemos ha bebido directamente de este descontento social gracias a su hábil y astuta estrategia de sustituir el tradicional debate izquierda-derecha por el de "casta" (PSOE y PP) versus "pueblo" (Podemos). Una vez identificado claramente el enemigo (ellos), es mucho más fácil aportar la teórica solución (nosotros) a todos los males. Pero es que, además, a la incompetencia manifiesta mostrada por PSOE y PP para solventar la crisis se ha unido un factor adicional que, hasta hace poco, casi carecía de relevancia electoral: la corrupción. El desapego de la población hacia la clase política ha alcanzado máximos históricos tras comprobarse la incapacidad del bipartidismo para reducir el paro, mientras sus cúpulas y estructuras se han llenado los bolsillos de forma ilícita durante décadas mediante el cobro de suculentas comisiones.
La corrupción campa a sus anchas en España desde hace mucho, pero es ahora cuando se percibe como un problema grave. Mientras todo iba bien (crecimiento burbujístico), se toleró, pero cuando las cosas van mal resulta inaceptable que los políticos abusen de su privilegiada posición para enriquecerse. No es casualidad que la corrupción sea, hoy por hoy, el segundo problema más importante (42,7% de los encuestados), tras el paro (75,3%), mientras que en 2007 no superaba el 1%. El salto cualitativo en esta materia se produjo a principios de 2013, cuando estallaron los casos Bárcenas, Nóos y ERE: la percepción de la corrupción como gran problema se disparó desde el 18 hata el 40%. Podemos también ha pescado –y mucho– en este río debido a su virginidad –todavía no han tocado poder y, por tanto, están libres de pecado– y a la sensación de total impunidad de la que gozaban hasta hace poco PP y PSOE. Ambos partidos se han negado a adoptar medidas contundentes y eficaces para limpiar la podredumbre que corroe sus cimientos.
Por último, es necesario tener en cuenta que el ideario de extrema izquierda que propugna Podemos ha encontrado eco en la sociedad gracias al profundo estatismo imperante en España desde hace décadas. Existía ya en la dictadura de Franco, pero se ha refinado y desarrollado durante la democracia. La mayoría de los españoles desconfía del capitalismo, rechaza la austeridad, quiere un Estado grande (Estado del Bienestar) y defiende un elevado grado de intervencionismo público en la economía. Basta observar este gráfico para percatarse de esta triste realidad: España es, junto a Japón, el país avanzado que menos apoya el libre mercado (capitalismo), por delante incluso de Grecia.
El desastroso modelo de planificación educativa que existe en España ha hecho muy bien su trabajo al inculcar las bondades del socialismo en el ideario colectivo. Un nuevo éxito, sin duda, de PSOE y PP. Por ello, no es de extrañar que el reciente populismo español (Podemos), el griego (Syriza) y el francés (Frente Nacional) hayan adoptado ropajes comunistas y fascistas (el principal nexo común de ambas ideologías totalitarias es el anticapitalismo), mientras que la reacción política a la crisis en EEUU (Tea Party), Reino Unido (UKIP) y Alemania (Alternativa para Alemania), donde la defensa del libre mercado es mayoritaria, se ha materializado en movimientos civiles más o menos procapitalistas.
Aún está por ver que Pablo Iglesias consolide su avance, pero lo relevante es que la posibilidad de que gobierne, hasta hace poco impensable, ya existe, tal y como sucede en Grecia con Syriza. Si los comunistas de Podemos llegan al poder, los españoles tendremos, simplemente, el justo castigo a nuestros pecados.