A diario escuchamos la importancia que tienen en nuestras vidas los factores de riesgo cardiovascular, pero ¿qué son y cómo podemos actuar sobre ellos?
Los eventos cardiovasculares (infarto de corazón, ictus cerebral...) van unidos a los siete factores de riesgo cardiovascular, de ello la importancia de que los conozcamos y actuemos sobre ellos de manera preventiva. La edad no la podemos modificar pero sí podemos actuar en los restantes seis factores (tensión arterial, diabetes, colesterol, tabaco, obesidad y sedentarismo).
La hipertensión arterial es la elevación de los niveles de presión arterial de forma continua o sostenida. El corazón ejerce presión sobre las arterias para que éstas conduzcan la sangre hacia los diferentes órganos del cuerpo humano. Esta acción es lo que se conoce como presión arterial. La presión máxima se obtiene en cada contracción del corazón y la mínima, con cada relajación.
La presión arterial normal está por debajo de 120/80 mmHg. La presión de 120-139/80-89 mmHg se considera "prehipertensión". Cifras por encima de 140/90 mmHg se consideran altas. En personas diabéticas o con afectación renal, cifras superiores a 130/80 mmHg también se consideran altas.
La presión arterial elevada hace que el corazón tenga que realizar un sobreesfuerzo adicional y daña directamente la pared arterial de órganos principales, lo que aumenta el riesgo de padecer infartos cerebrales y de corazón, insuficiencia renal e insuficiencia cardíaca. Además, si se acompaña de obesidad, tabaquismo, hipercolesterolemia o diabetes, el riesgo de padecer dichas complicaciones se multiplica.
El mejor tratamiento de la hipertensión es una buena prevención que evite su aparición. Para ello es fundamental seguir un estilo de vida cardiosaludable: perder peso, aumentar la actividad física, limitar la ingesta de sal, limitar el consumo de alcohol y dejar de fumar. Una vez que aparece, además de mantener las medidas referidas, generalmente es necesaria la toma de medicación.
La diabetes mellitus es una enfermedad que se produce cuando el páncreas no puede fabricar insulina suficiente (diabetes tipo 1) o cuando ésta no logra actuar en el organismo porque las células no responden a su estímulo (diabetes tipo 2).
En ambos casos la glucosa se acumula en la sangre (lo que se denomina hiperglucemia), daña progresivamente los vasos sanguíneos y acelera el proceso de arteriosclerosis aumentando el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular (angina o infarto de miocardio), una enfermedad cerebrovascular (infarto cerebral) o una enfermedad de las arterias periféricas, así como de dañar diferentes órganos: la retina o los riñones, así como el sistema nervioso periférico con alteración de la sensibilidad.
El riesgo de una persona diabética de padecer un evento cardiovascular se iguala al de una persona no diabética que haya tenido un infarto.
En el caso de la diabetes de tipo 1, el tratamiento es siempre la administración de insulina. En la diabetes tipo 2, en general, se puede empezar por un programa de dieta y ejercicio. Si esto no basta, se suele indicar tomar fármacos antidiabéticos orales. Cuando esta medida tampoco es suficiente, será necesario añadir insulina.
El paciente diabético debe controlar estrictamente los niveles de glucemia y los demás factores de riesgo cardiovascular, especialmente la tensión arterial y los niveles de colesterol; y evitar el tabaquismo y el sobrepeso, así como practicar una actividad física regular.
Colesterol es una sustancia grasa natural necesaria para el normal funcionamiento de nuestro organismo en su medida adecuada. La mayor parte la sintetizamos en el hígado y el resto la obtenemos a través de la alimentación. Se divide en el colesterol "malo" –la fracción que se une a las partículas LDL, que es el que se adhiere a la pared de las arterias y forman las placas de ateroma–, y el colesterol "bueno" –la fracción que se une a las partículas HDL, que trasporta el exceso de colesterol de nuevo al hígado para su eliminación–.
El colesterol de la sangre se eleva si nuestro organismo produce mucho colesterol o si comemos una dieta rica en grasas saturadas. El colesterol se deposita en la pared de las arterias produciendo un estrechamiento de las mismas dando lugar al desarrollo de arterioesclerosis. Por eso, tener niveles elevados de colesterol, incrementa el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular.
La hipercolesterolemia se puede prevenir y tratar siguiendo las siguientes recomendaciones:
Con una alimentación equilibrada y pobre en grasas saturadas. La dieta mediterránea es idónea porque el aporte de grasas proviene fundamentalmente de los ácidos grasos presentes en el pescado y el aceite de oliva y de semillas. También favorece el consumo de vegetales, legumbres, cereales, hortalizas y frutas.
Junto a ello, la práctica de un programa de ejercicio aeróbico (caminar, carrera, ciclismo, natación ) a intensidad moderada ( 65-70% de FC máxima ), y de manera regular ( 3 a 5 sesiones por semana), favorece el incremento de los niveles de HDL colesterol, y la reducción de niveles de LDL-C y de triglicéridos.
Si la dieta y el ejercicio físico no consiguen rebajar los niveles por sí solos, se recomendará un tratamiento con fármacos
El tabaquismo es el factor de riesgo cardiovascular más importante, ya que la incidencia de la patología coronaria en los fumadores es tres veces mayor que en el resto de la población. La posibilidad de padecer una enfermedad de corazón es proporcional a la cantidad de cigarrillos fumados al día y al número de años en los que se mantiene este hábito nocivo.
Hay dos factores por los que el tabaco puede producir una isquemia coronaria:
Nicotina, que desencadena la liberación de catecolaminas que dañan la pared de las arterias y favorece el espasmo, aumenta los niveles de LDL colesterol (colesterol "malo") y altera la coagulación, favoreciendo un estado de hipercoagulabilidad.
Monóxido de carbono, que disminuye el aporte de oxígeno al corazón y aumenta el colesterol y el riesgo de formación de trombos dentro de las arterias coronarias.
Tres años después de haber dejado el tabaco, el riesgo de infarto de miocardio o accidente cerebrovascular del exfumador es el mismo que el de quien no haya fumado nunca.
El riesgo de la obesidad depende en gran medida de la localización de la grasa, siendo aquélla que se acumula en el abdomen la que afecta en mayor medida al corazón.
Quienes la padecen tienen más posibilidades de sufrir la aparición de enfermedades cardiovasculares y ver aumentado el riesgo de mortalidad cardiovascular.
La obesidad tiene consecuencias negativas para el metabolismo, ya que favorece el desarrollo de diabetes y el incremento de los niveles de colesterol. Se estima, además, que la HTA es 2,5 veces más frecuente en personas obesas que en personas con peso normal.
El sedentarismo se considera uno de los mayores factores de riesgo en el desarrollo de la enfermedad cardiaca, e incluso se ha establecido una relación directa entre el estilo de vida sedentario y la mortalidad cardiovascular. Una persona sedentaria tiene, además, más riesgo de sufrir arterioesclerosis, obesidad, hipertensión e hipercolesterolemia.
Por el contrario, está demostrado que la actividad física y el ejercicio colaboran tanto en el mantenimiento del peso como en el control de las cifras de tensión arterial y colesterol (aumentando el colesterol "bueno" o HDL C y reduciendo el colesterol "malo" ó LDL C y triglicéridos).
El sedentarismo sólo se combate con actividad física. La clave está en modificar los hábitos sedentarios de vida y ocio y transformarlos de forma que se incremente nuestro nivel de actividad física y deporte. Por ejemplo, caminar de 30 a 60 min diarios.
La prevención es posible y entre médicos y pacientes la tenemos que lograr.