A cuatro ilustres sanchistas, todos del círculo íntimo del secretario general redivivo, les he oído pedir esta semana diálogo y negociación con los apóstoles de la independencia. Y qué cuatro: Adriana Lastra, probable portavoz del grupo parlamentario; José Luis Ábalos, llamado a ser el número dos de Ferraz; Manuel Escudero, eminencia gris del proyecto, y Miquel Iceta, jefe del negociado catalán. Los cuatro han dicho lo mismo. Dada su posición jerárquica cabe pensar que no hablan a humo de pajas y que sus opiniones reflejan el punto de vista de Sánchez en materia de política territorial.
Ahora no se trata de analizar si aciertan o se equivocan en la prescripción -a mí me parece que se equivocan-, sino de calibrar las consecuencias de su postura. La más importante de todas es que Rajoy no contará con el apoyo del PSOE a la hora de tomar todas esas medidas que, según nos dicen sus ministros, tiene preparadas para abortar el referéndum unilateral de Puigdemont. Sánchez, desde luego, ayudará al Gobierno a impedir que se celebre -según mis noticias ya ha hecho llegar el recado al palacio de La Moncloa-, pero no respaldará, sino todo lo contrario, que se adopten a tal fin medidas coercitivas apabullantes.
El resucitado quiere ser presidente del Gobierno y sabe que no lo será fácilmente a través de una victoria en las urnas. Necesita otra catapulta para asaltar la muralla del poder y la única vía, hoy por hoy, es una moción de censura que cuente con el apoyo de todos los que han hecho suyo el lema derechizida de mandar al PP a alimentar crisantemos en el camposanto de la oposición. Las cuentas sólo salen si se embarcan en la aventura socialistas, podemitas, nacionalistas e independentistas. Por eso no puede volar los puentes con ERC y PDeCAT. Sabe que antes o después necesitará su ayuda. Y ellos la de él. Para salir del culo de saco en el que se han metido, los comandantes del 'prusés' necesitan que haya un presidente del Gobierno que les abra una puerta a alguna parte.
Si a Podemos no le importara que Sánchez llegara a ser presidente del Gobierno, la caída de Rajoy por la vía rápida sería una apuesta segura. Compromís ha mandado un mensaje inequívoco: el pacto del botánico que se suscribió en Valencia es exportable al ámbito nacional si los socios que lo conforman son capaces de subirse al carro en el momento procesal oportuno. Es decir, cuando Sánchez, una vez instalado en la sala de máquinas de Ferraz, esté en condiciones de poner rumbo a la unidad de acción de la izquierda y el lío catalán se haya clarificado tras el choque de trenes que se avecina.
Por eso le ha pedido a Iglesias que retire su moción de censura y espere a que Sánchez esté en condiciones de presentar la suya. Ese será el momento en que los vientos de la aritmética les sean favorables. Bastaría con que los socialistas respetaran los acuerdos que ERC y P
PDeCAT han alcanzado ya con Podemos, de cara a la moción del 13 de junio, para que todas las piezas encajen en su sitio. El problema, claro, es que no está nada claro que a Iglesias le interese participar en la aventura. Aunque dice que sí, sus hechos le desmienten. Sólo hace ofrecimientos que los socialistas no pueden aceptar.
Él sabe de sobra que Sánchez no puede presentar una moción de censura antes de que haya pasado el trago del no al referéndum en los términos que lo plantean sus promotores. Sería una deslealtad flagrante a los principios históricos de su partido que volvería a desatar una guerra interna de tres pares de narices. Sería incluso dudoso que todos los suyos respetaran la disciplina de voto si diera la orden de hacer causa común, hoy y ahora, con quienes promueven la ruptura de España. Luego, con el nuevo y confuso proyecto de la España plurinacional a cuestas -una formulación tan vaporosa que lo admite casi todo-, las cosas pueden ser distintas.
¿Pero apoyará entonces Iglesias una moción de censura liderada por su gran competidor en el mercado electoral de la izquierda? ¿Le interesa darle al PSOE la oportunidad de que se haga fuerte en el balneario del poder y hacer más difícil la batalla del sorpasso? Rajoy piensa que no. Y lo lógico es que acierte. Por eso no quiere disolver las Cortes antes de tiempo. Una convocatoria electoral en las circunstancias actuales sería como jugar a la ruleta rusa. Le entiendo y no se lo reprocho. Pero, por si acaso, yo, en su pellejo, no perdería de vista a los pistoleros que están al otro extremo del callejón parlamentario. Si desenfundan antes que él, es hombre muerto.