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Luis Herrero

Cierto olor a pucherazo

En Moncloa puede haber cundido el pánico ante la eclosión del partido de Albert Rivera.

Con la encuesta del CIS aún de cuerpo presente, una espía paraguaya que pasea su oreja por las galerías del poder me susurró al oído que los cocineros del observatorio sociológico habían utilizado el kit de maquillaje para afear un poco los resultados del PP, embellecer bastante los de Podemos y camuflar del todo los de Ciudadanos. Lo que quieren los alquimistas gubernamentales, según me dijo, es movilizar a los indecisos para que voten a Rajoy haciéndole aparecer más débil de lo que es en realidad, ante el riesgo artificialmente agigantado de que Pablo Iglesias pueda hacerse con el poder. Para que el plan funcione, claro, Albert Rivera tiene que circular por la encuesta de la manera menos vistosa posible para que los electores moderados no caigan en la tentación de darle su apoyo. Y no lo harán, claro está, mientras sigan pensando que su campo de actuación sigue siendo la insignificancia.

Como las cábalas paranoicas siempre me han parecido propias de gente más histérica que cuerda, generalmente propensa a decirnos que todo lo que acontece es fruto de la conspiración de unos pocos que manipulan a su antojo el destino de muchos, recibí la confidencia de mi interlocutora con profundo escepticismo. Me costaba imaginar a los funcionarios del CIS, al otro lado de su teléfono rojo de La Moncloa, rebajando décimas de un partido, subiendo puntos porcentuales del otro y ninguneando del todo la verdadera intención de voto del tercero. Esos apaños siempre acaban sabiéndose y no está el horno de la corrupción para que un grupo de gurús, por muy mamporreros que sean, se jueguen su puesto de trabajo justo cuando más incierto es el futuro de quien les incita a la golfería de mentir en público. ¿Acaso no es lógico pensar así?

El caso es que cuando acababa de desterrar de mi imaginación la teoría conspiranoica que me habían soplado al oído me topé de bruces en la portada de El País con otra encuesta distinta, esta vez avalada por el sello de Metroscopia, que encajaba como anillo al dedo con lo que, según mi fuente informante, había tratado de disimular la última oleada del CIS. De acuerdo al pronóstico del periódico de Prisa, el PP no baja un poco, sino que sube ligeramente; Podemos pierde medio punto, en lugar de ganarlo, y Ciudadanos, lejos de quedarse como estaba, pega un bote de cuatro puntos hasta colocarse con guarismos de dos dígitos –más del 12 por ciento– en cuarta posición y a mucha distancia del quinto. Es decir, que el mensaje de Metroscopia es justamente el antagónico del CIS: embellece a Rajoy, afea a Pablo Iglesias y saca de la insignificancia a Albert Rivera.

En vista de la flagrante contradicción entre las dos encuestas (siempre, claro, que queramos leer con detalle su letra pequeña y no nos conformemos con comparar las grandes cifras) ya no sé si es prudente poner en cuarentena las teorías del pucherazo monclovita. Tal vez convenga aceptar la hipótesis, aunque sólo sea como ejercicio mental, de que pueda haberse producido. Y en tal caso, desde luego, su propósito principal no ha sido el de limar unas décimas aquí o allá, siempre dentro del margen de error que permite la muestra, para que Podemos dé un poco más de miedo. Iglesias no da mucho más miedo en una que en otra, las diferencias son sólo de matiz. El verdadero propósito del pucherazo, si es que se ha producido, hay que buscarlo en el punto de mayor divergencia: la cotización de Ciudadanos. Dice el CIS que ahora mismo le votaría el 3,1% del electorado. Pero Metroscopia eleva el porcentaje hasta el 12,2. ¡La diferencia es de más de nueve puntos! Esa discrepancia ya no está dentro de ningún margen de error razonable. Uno u otro se equivoca, de buena o de mala fe, con estridencia chapucera. ¿Y si fuera verdad que Rajoy quisiera hacer invisible a Rivera para que no le robe la cartera electoral como Iglesias se la roba a Sánchez?

Hay, en las tripas de los sondeos, algunas verdades cartesianas, claras y distintas, que avalan la tesis de que en Moncloa pueda haber cundido el pánico ante la trepidante irrupción de Ciudadanos en la escena política. Lo primero que debería preocuparle a Rajoy es que el joven partido que surgió en Cataluña para ocupar el espacio que había dejado vacante la calamitosa ceguera del PPC ya es valorado por sí mismo por la mitad de sus votantes potenciales. Es decir, que quienes dicen que le van a votar afirman que quieren hacerlo porque identifican sus ideas con las que el partido defiende, y no por el deseo de castigar a los demás. Dicho de otro modo: a Rivera no le hace crecer el desencanto con el Gobierno (sólo un 29% le votaría por eso), sino su propio discurso, su capacidad de atraer. El dato es especialmente llamativo si se compara con el de Podemos. El 45% por ciento de los apoyos de Pablo Iglesias procede del puro rechazo a los demás partidos y no de la confianza que transmite por sí mismo, lo que le convierte en novio de conveniencia y no en marido duradero.

El segundo dato que debería preocupar a Rajoy es la cantidad de gente que se muestra reacia a dejarse seducir por el discurso de la recuperación económica, que parece ser la baza principal, junto a la del voto del miedo, del arriolismo sibilante. Siete de cada diez españoles creen que la situación económica va a seguir como hasta ahora o aún peor, si es que eso cabe, durante todo el año 2015. Y algo más demoledor todavía: el 65 % parece convencido de que si las cosas mejoraran no será en ningún caso por las medidas que adopta el Gobierno. Así que, señor Montoro, de soñar con medallas por los brotes verdes, nada de nada. Tendría que suceder algo más, algo inequívocamente genuino, para que la estampida del electorado de la derecha reconsiderara su actitud. Y es ahí, justamente, donde aparece el tercer dato que debería quitarle el sueño a Rajoy. Lo que reclama el elector desencantado, según explicaba el profesor Toharia cuando explicaba ayer los resultados de su encuesta en las páginas de El País, es que el PP abriera "un proceso de depuración, oxigenación y renovación". No creo que haga falta extenderse mucho para concluir cuán lejos está el partido gobernante de seguir ese consejo.

Que nadie se extrañe, por tanto, si Ciudadanos sigue creciendo durante los meses electorales que tenemos a la vuelta de la esquina. Parece ser, para desgracia de Moncloa, que los votantes no miden sus afectos según los roles que adjudica el CIS. Las encuestas no se inventaron para modificar la realidad, se inventaron para identificarla.

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