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Luis Herrero

Cambio de paisaje

Según sugieren las últimas encuestas, los arrepentidos podemitas han comenzado a migrar a su lugar de origen.

Según sugieren las últimas encuestas, los arrepentidos podemitas han comenzado a migrar a su lugar de origen.
Pedro Sánchez, en la feria del libro | EFE

La encuesta de Metroscopia en El País, y según mis noticias otra que aparecerá en la próximas horas en ABC, hablan ya del efecto Sánchez, de la vuelta a la casa del padre de muchos pródigos socialistas que se habían sumado a la juerga de Podemos. Sus pronósticos insinúan la aparición de un paisaje político muy distinto al de los últimos años. Lo que es bueno para Sánchez, es malo para Iglesias, y lo que es malo para Iglesias, es malo para Rajoy y bueno para Rivera. Así de comunicados están los vasos electorales de los cuatro partidos principales del arco parlamentario en España.

El flujo de votantes de la izquierda sigue rutas muy conocidas. Los apoyos que ha ido perdiendo el PSOE han ido a parar a Podemos y a la abstención. Los de la abstención no han dado síntomas de querer abandonar el sofá de su casa. Son, en gran parte, ciudadanos que han dejado de ver en la izquierda la solución a los grandes problemas de la sociedad contemporánea. Habían dejado de votar a Zapatero. No votaron ni a Rubalcaba ni a Sánchez. Si vivieran en Francia o Alemania, tampoco votarían a Benoit Hamon o a Martin Schulz.

Eso significa que los socialistas españoles, como les sucede al resto de los socialistas europeos, deben asumir que sus cosechas electorales ya no llenarán graneros tan grandes como los de antaño. Al menos, hasta que la brújula de la socialdemocracia transfronteriza vuelva a marcar un norte atractivo a sus feligreses. La mejora sustancial de sus expectativas electorales, por lo tanto, pasa por que puedan recuperar al mayor número posible de antiguos leales que se dejaron embaucar por aquella izquierda emergente que llegó a la vida pública dándosela de moderna.

Hasta ahora, ningún dato permitía pensar que esa "operación regreso" se había puesto en marcha. En las elecciones repetidas de junio, un millón de incautos reconocieron que se habían dejado engañar por la falsa apariencia de novedad de Pablo Iglesias y dejaron de votarle. Pero no volvieron al PSOE. Se quedaron en casa. Que Iglesias fuera un fraude no convertía a Sánchez en molón. Ahora, en cambio, según sugieren las últimas encuestas, los arrepentidos podemitas han comenzado a migrar a su lugar de origen.

Está por ver si esa tendencia se consolida y, en tal caso, si responde a deméritos ajenos o a méritos propios. Es probable el proceso participativo de las primarias, el protagonismo decisivo que ha adquirido el rol de la militancia durante los últimos y decisivos meses, haya contribuido a mostrar al PSOE como a un partido que lucha contra la esclerosis de los viejos esquemas organizativos y que muchos de los votantes que se fugaron a Podemos en busca de odres nuevos hayan decidido volver movidos por ese ejercicio de aggiornamento. Ya veremos.

Si es así, la conclusión no es que vaya a aumentar el electorado de la izquierda, sino que se va a distribuir de forma distinta. Podemos tiende a hacerse pequeño en la misma proporción que se agranda el PSOE. Cambian los guarismos de los sumandos pero no el resultado final de la suma. Adiós a la amenaza del "sorpasso". Hola a un Podemos que tenderá a parecerse a lo que fue la Izquierda Unida de Julio Anguita. Sánchez ganará margen de maniobra para consolidar su liderazgo reconquistado.

¿Pero cuál sería el impacto de ese nuevo paisaje al otro lado del arco parlamentario? Lo que es malo para Podemos, decía al principio, es malo para el PP. Rajoy ha mantenido el poder por los pelos, en las dos ultimas elecciones, gracias al voto del miedo que inspiraba el monstruo que él mismo contribuyó a crear. Podemos ha gozado de la promoción televisiva que el Gobierno ha puesto a su servicio en beneficio propio. Mientras dividiera el voto de la izquierda y asustara a la derecha desencantada, miel sobre hojuelas.

Si se desinfla, en cambio, su utilidad desaparece. Ni sirve para rematar al PSOE ni echa en brazos del PP a quienes huyen de las aventuras populistas de alto riesgo. La porción de votantes que no se atrevía a castigar a Rajoy por su inanidad ideológica, su perezoso far niente o su tufillo a corrupción tendrán la oportunidad, liberados del miedo al caos, de exteriorizar su verdadera opinión sobre esta derecha anquilosada, desideologizada y hedionda que padecemos. Si no lo ven a tiempo, que no lo lamenten más tarde.

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