La nueva religión mundial ya no es el cristianismo, ni el islam ni por supuesto la fe judía. Todo está preparado para que los ciudadanos reciban con los brazos abiertos a su nuevo dios: el ecologismo de salón. Sus profetas trabajan a destajo en la teoría del cambio climático generado por el hombre y para ello están dispuestos a falsificar los datos que hagan falta, amenazar a los disidentes y utilizar la política para que en todos los rincones del planeta los ciudadanos se sientan culpables y, para resarcirse, llenen las arcas públicas de dinero fresco.
Hasta ahora, la mayoría de estos profetas provenían de las filas de partidos políticos de corte socialdemócrata, pero ahora le toca el turno a personajes que, bajo la careta liberal, hacen buena la dedicatoria del libro de F. A Hayek, Camino de Servidumbre, ya saben: "A los socialistas de todos los partidos".
El último en subirse al carro "ecolojeta" ha sido el ex ministro español Juan Costa que, tras su paso por el Fondo Monetario Internacional (FMI), ha descubierto que el crecimiento económico es malo y la causa de la pobreza mundial, además del origen de la destrucción del planeta. Por supuesto se trata de una gran falacia, pero tristemente la mayoría de la población se la traga.
Cuarenta minutos le bastaron al gran César Vidal para desarmar el discurso cansino y apocalíptico de Costa. El periodista cuestionó la base científica de las afirmaciones que hace este político en su nuevo libro titulado La revolución imparable: un planeta, una economía, un Gobierno. La tesis de Costa no es suya, sino que la ha tomado de sus profetas predecesores, ya saben, el fin del mundo tal como lo conocemos llegará en una década debido a la quema de combustibles fósiles. El Apocalipsis climático ha llegado. Un poco pretencioso, ¿no creen?
Para empezar, el denominado "consenso científico" sobre la influencia del ser humano en el cambio climático (antes denominado como "calentamiento global") no existe. Los únicos que lo defienden son un grupo de personas que han elaborado una serie de informes para Naciones Unidas y que fueron recogidas en el Panel Intergubernamental contra el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en ingles), así como los políticos que se aprovechan de ello. De hecho, muchos de los científicos que participaron en los estudios se negaron a firmar el documento de conclusiones y fueron desterrados al campo de la pseudociencia, arrojados fuera del pensamiento único que impera en nuestros días. Todo aquel que cuestione el informe es un reaccionario que desea el fin de la vida en la Tierra, muy moderado y riguroso, sí señor.
Pero lo más grave del asunto no se encuentra en este lavado de cerebro masivo. A los políticos y a los oligopolios no les interesa nada más que nuestro dinero y poner coto a lo que queda de nuestra libertad. Por ello, los profetas de esta nueva religión quieren que paguemos por el uso de nuestra "huella ecológica" y que nos sintamos bien por ello. Este enfoque, que comparte Costa al 100%, se traduciría en una Hacienda global que se encargaría de recaudar los fondos que los ciudadanos ganan con el sudor de sus frentes. El que consuma energía de forma "excesiva" o "no sostenible" será penalizado, siempre según los criterios de la casta política.
La fiscalidad verde es la etapa final del proceso, acompañada por la pérdida de poder de las naciones y el dirigismo empresarial por parte de los gobiernos, es decir, la nueva cara del capitalismo de Estado. Según Costa, si se acompaña los nuevos impuestos "verdes" con la renuncia al crecimiento económico acabaremos con la pobreza en el mundo. No tiene ni pies ni cabeza, lo sé, pero el caso es que cuela en muchos círculos de intelectuales, especialmente en los "progres". Costa riza el rizo cuando asegura que el libre mercado es la mejor forma de asignar recursos. Como buen político, defiende una cosa y la contraria, haciendo luego con el dinero de los ciudadanos lo que le venga en gana.
Si se quiere acabar con la pobreza mundial y facilitar al Tercer Mundo la salida del pozo económico y político, la solución es mucho más sencilla. Que se eliminen las ayudas a la exportación, que se acabe con los aranceles y con todo tipo de subvenciones, dejando competir a los países menos desarrollados en igualdad de condiciones. Claro que esto provocaría un aumento de los parados agrícolas en Estados Unidos y Europa, haría perder votos a los políticos, generando cambios profundos en casi todos los sectores económicos. Es decir, señor Costa, que se produciría una "revolución" como la que usted reclama, sólo que en esta a lo mejor no se aprovecha de ello.