La cuestión está presente en su poesía, en El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos (Espasa, 1997. ¡Dios mío, ya han pasado nueve años!) y, sobre todo, en La Tribu Atribulada. El nacionalismo vasco explicado a mi padre (Espasa, 2002). También invade cada página de Cambio de destino, una obra situada más allá de los géneros, que puede ser leída como una memoria personal, como un tratado de historia o de psicología colectiva o como una novela. Y, dentro de ese abanico de posibilidades, como tratado de historia vasca o española o universal. Porque todos los padres han mentido, siempre, en todas partes, y en todas partes han mandado a sus hijos a matar y a morir estúpidamente, han considerado que era preferible que sus hijos murieran y mataran a decirles la verdad.
Nuestra generación, la de Juaristi y la de quien esto escribe, lleva tiempo intentando decir la verdad a sus hijos, cosa nada fácil, por cierto, y a veces me pregunto si todo el siniestro movimiento al que asistimos, la apoteosis de la mentira en la vida política, el imparable avance del islamismo con la contribución de grandes mentirosos occidentales, la revitalización de mentiras que parecían obsoletas al servicio del antisemitismo, no será una vasta operación destinada precisamente a impedir que lo hagamos.
Dice Juaristi que "con los vascos pasa lo que con los irlandeses, según el maestro Clint Eastwood en Million Dolar Baby: el mundo está lleno de ellos y de otros que quisieran serlo". Y pasa también que las mentiras que componen lo que él llama Formación del Espíritu Nacionalista son idénticas, digamos que vascas, en todas partes. El retrato de Jon Kerejeta debido a la pluma de Germán Yanke y que se recoge en Cambio de destino, con "los diarios del Che, un cilicio y una pistola" sobre la mesa, es absolutamente universal. Yo he visto hombres así en la América del sur y del centro, y sospecho que no son muy diferentes de muchos jóvenes terroristas musulmanes de hoy, con la sola sustitución del libro del guerrillero comunista por un ejemplar del Corán. En ello se revela "el fondo sacrificial de toda ideología". Y se revelan también las patologías ideológicas de los diferentes legados culturales. Desde Hispanoamérica, donde, a partir de la Argentina –una nación estructurada como tal por vascos desde que Juan de Garay fundara Buenos Aires–, proliferaron las organizaciones de madres de desaparecidos y asesinados, es decir, de madres de mártires, hasta la Palestina de Mariam Farhat, que ha cambiado su nombre por el de Umm Nidal, madre de Nidal, asumiendo que ése es su papel en el mundo, el nudo intergeneracional para la muerte tiene todo el aspecto de un leit motiv.
Todo se monta en torno de dos o tres consignas, repetidas a lo largo de las décadas: "En Euskadi no puede haber liberación nacional sin revolución social y, en España, la revolución fracasará si no se produce la liberación nacional de Euskadi. Bueno, y de Cataluña", le dice Álex Aguirrezábal, el primo jesuita, a Juaristi, cuando ETA aún está en agraz. Un argumento muy parecido al que orientó, o desorientó, la acción de la República durante la Guerra Civil: guerra y revolución.
El aprendizaje es lento porque no hay más remedio, cuando se aspira a poseer una conciencia libre, que progresar desde la ingenuidad. "Ahí estaba", cuenta Juaristi, "la ETA plebeya que ponía los liberados y los chicos (y chicas) realmente duros, a los que no conocías, porque no eran hijos de nadie conocido, y de los que sólo oirías hablar cuando cayeran. En el colegio de Indauchu, los jesuitas se esmeraban en formar la contraelite, los dirigentes futuros que necesitaría Euskadi cuando la ETA castrista y guerrillera hubiese destrozado a la oligarquía franquista. Yo no sabía aún que ése había sido, según los historiadores de izquierda, el modelo común a todos los fascismos: cúspide burguesa sobre bases plebeyas. Yo no sabía aún que, según los historiadores de derecha, no otro fue el modelo de los partidos comunistas: direcciones leninistas de intelectuales burgueses tirando de las honradas masas proletarias".
En realidad, todos los movimientos políticos de raíz totalitaria se estructuran de la misma forma, y lo hacen sobre procesos y con elementos muy semejantes: la nostalgia de un bien pasado, idealmente situado en el porvenir (según José Carlos Mainer y Gregorio Morán, recuerda Juaristi, la nostalgia era el "rasgo definitorio de la cultura de la Bilbao franquista", y lo mismo podría afirmar yo acerca de la Barcelona de la misma época, y del Buenos Aires de entonces, el del peronismo recobrado); las organizaciones juveniles (los escultistas de la montaña vasca, los excursionistas catalanes) al servicio de la Formación del Espíritu Nacionalista; la idea de guerra popular (universalizada a contar de 1967: la muerte del Che en Bolivia proporcionó a sus teóricos el primer mártir).
Superar una construcción histórica tan sólida y reiterativa, formando parte de ella en un sentido esencial, desmontarla a sabiendas de que lo que se está desmontando es la propia herencia formativa, separar las piezas sin más herramienta que el saber del propio aparato, es tarea de titanes. Dice en alguna parte Peter Handke que forzar a otros al desarraigo es un crimen, repetido en incontables ocasiones, pero que alcanzar el desarraigo para uno mismo es un logro incomparable. Y Handke no regresa a Austria, del mismo modo en que Juaristi no regresa a Bilbao. Se puede buscar el curso de esa hazaña en la obra poética de Jon Juaristi –es fundamentalmente un enorme poeta–, pero aquí, en Cambio de destino, se encuentra adecuadamente desmenuzado.
El triunfo del espíritu independiente, al que ha tendido toda la vida del escritor, es enormemente caro: se paga con soledad, aislamiento, enemistades y hostilidades. Pero no hay hombre de bien, no hay justo en este mundo, que no haya recorrido ese camino. Éstas son las memorias de un hombre de bien, de alguien que ha logrado la libertad interior, y eso ilumina el texto desde la primera palabra.
Jon Juaristi: Cambio de destino. Seix Barral, 2006; 415 páginas.