Para hablar de calidad artística, lo primero que debería existir en el mundo de la cultura es liberalidad. Nada es bueno ni malo en función de si se ajusta a unos gustos personales, a unas ideologías concretas. Nada es mejor ni peor porque lo haya escrito un hombre o una mujer de tal o cual tendencia sexual, de tal o cual clase social o grupo étnico. Algo tan de Perogrullo parece que está muy bien en la teoría, pero en la práctica… ¡ay, la práctica!
Voy a poner un ejemplo de cómo los artistas pueden quedarse culturalmente en tierra de nadie por la mucha teoría y la poca práctica. Este año se celebra el primer centenario del nacimiento de Rafael de León. ¿Quién no conoce la obra de Rafael de León? ¿Quién no conoce coplas como "Tatuaje", "María de la O", "La Parrala", y tantas otras?
Voy a poner un ejemplo de cómo los artistas pueden quedarse culturalmente en tierra de nadie por la mucha teoría y la poca práctica. Este año se celebra el primer centenario del nacimiento de Rafael de León. ¿Quién no conoce la obra de Rafael de León? ¿Quién no conoce coplas como "Tatuaje", "María de la O", "La Parrala", y tantas otras?
En los años 40 y 50 la copla se convirtió en un auténtico fenómeno sociológico y en todo un género. Rafael de León escribió tres poemarios (uno de ellos, en colaboración con Antonio Quintero), así como obras teatrales y guiones cinematográficos. También ideó montajes, supervisó vestuarios, dirigió actores... Pero lo que ha trascendido de su producción son sus coplas. Por cierto: de su pluma salieron más de 8.000 canciones.
Ni la cantidad de gente que disfruta con una obra, ni su proyección en el exterior ni la dedicación del autor son suficientes para afirmar la calidad de la misma. Ahora bien, si con el paso del tiempo sigue interesando, tanto al público nacional como al extranjero, en contextos culturales bien diferentes, entonces podemos ir pensando en que la calidad anda de por medio. Y si es objeto de tesis doctorales, artículos periodísticos, coleccionables, libros de divulgación, etcérea, entonces la idea de que se trata de un producto de calidad cobra bastante fuerza.
En su tiempo, Rafael de León no fue incluido en una sola de esas famosas y poco acertadas listas de poetas. En un momento en que los ismos causaban furor, un autor de coplas como él no era tomado en serio: la copla se consideraba algo frívolo y de poca calidad. Pero es que además Rafael de León pertenecía a la aristocracia y tenía dinero; y encima ganaba más que todos los poetas de su generación juntos y no necesitaba poner zancadillas a nadie para alcanzar la notoriedad pública. Así que los que le querían mal tuvieron muy fácil tacharle de populachero.
A Rafael de León no lo mataron los nacionales. Lástima: hubiera ganado muchos puntos, a pesar de que esto tampoco quite ni ponga a la calidad literaria de ninguna obra. Durante la Guerra Civil, estuvo encarcelado en la Modelo de Barcelona y pasó por la checa de Vallmayor. Fue condenado a muerte varias veces. Pero no, no lo mataron los nacionales. Así que, aunque sus coplas fueron cantadas en ambos bandos; aunque algunas de ellas se hicieron famosas durante la II República; aunque muchas de sus letras fueron censuradas durante el régimen franquista; aunque llevó una vida completamente liberal y liberada, cosa que tampoco casaba muy bien con el régimen de Franco, su obra ha sido tachada de franquista.
Durante muchos años, cualquier intelectual que se preciara de serlo renegó de la copla, aunque en la intimidad reconociera su gusto por el género. Era una forma de ser moderno. Tras esa fase de falsa progresía pasamos a otro tipo de modernidad: aceptar el gusto por la copla como si se tratara de la confesión de un defecto o un pequeño vicio. En la actualidad, decir públicamente que te gusta la copla no se considera algo que entorpezca tu capacidad intelectual; pero si defiendes determinadas siglas políticas, entonces ya es otra cosa...
Llega el centenario del nacimiento de Rafael de León, y seguimos en las mismas, en el ninguneo. ¿Quién va a atreverse a homenajear a Rafael de León? ¿Quién va a darle el reconocimiento oficial que se le debe? ¿Quién va a olvidarse de prejuicios y a valorar en su justa medida la calidad literaria de su obra? El público siempre le abrió los brazos; incluso hoy hay programas de televisión que, con grandes dosis de riesgo, se han atrevido a dar cancha a la copla y, ¡sorpresa!, han conseguido altísimos índices de audiencia.
Bueno, pues lo dicho: ¡a ver quién se atreve!