Está por ver cómo evolucionará la situación en Libia en las próximas semanas, pero aquí, en Estados Unidos, hay de todo menos ardor guerrero. Las razones son diversas y de no escaso peso.
De entrada, una parte no pequeña de los ciudadanos considera que la única nación interesada en esta guerra es Francia y, en especial, Sarkozy. La aparición en los medios de algún general asegurando que son ciertas las afirmaciones de Qaddafi en el sentido de haber costeado la campaña electoral del presidente galo no han hecho sino confirmar estos temores. Ésta sería pues una guerra impulsada por esa nación europea llamada Francia tan proclive a exigir la ayuda norteamericana cuando la precisa y tan reticente a devolverla cuando quien la solicita es la Casa Blanca. Pero si Sarkozy efectivamente quiere borrar huellas, ¿por qué tienen que colaborar en ello los soldados y los marinos de Estados Unidos?
En segundo lugar, los norteamericanos aborrecen ciertamente a Qaddafi, pero consideran casi hasta el último que con dos guerras abiertas en Afganistán e Irak, Libia no es un objetivo ni mucho menos prioritario. A decir verdad, no son escasos los que se preguntan por qué hay que derribar a Qaddafi y no a cualquier otro de los dictadores del mundo musulmán que son peores y, sobre todo, por qué estas prisas con Qaddafi con las dilaciones que se acumularon en el caso de Saddam Hussein por culpa, por ejemplo, de otro presidente francés que había recibido dinero del tirano de turno.
Finalmente, puestos a malpensar, no pocos norteamericanos temen que el Premio Nobel Obama intente ganar una guerra rápida para presentarse con algo ante un electorado cada vez más contrario a que siga pasando más años en el Despacho Oval. Teniendo en cuenta lo que están siendo las elecciones locales en Estados Unidos en los últimos meses –prometo contar alguna historia verdaderamente ejemplar dentro de unos días– este aspecto cobra una importancia inmensa. Y es que con una deuda que el Gobierno se empeña en ocultar y una tasa de desempleo cercana al diez por ciento, los norteamericanos no están ni lejanamente dispuestos a reiterar la confianza a Obama. El actual presidente –la verdad sea dicha ya ni con Libia entusiasma.