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Juan Ramón Rallo

Tres malas razones para escoger el 20-D

El Estado no es una maquinaria neutral que actúa en pos del interés general, sino en pos del interés de aquellas élites que consiguen capturarlo.

Como ya es ampliamente sabido, Mariano Rajoy ha decidido convocar las próximas elecciones generales el 20 de diciembre. Se trata de una fecha totalmente atípica –en pleno inicio de vacaciones navideñas–, cuya selección resulta inexplicable para muchos. Y, evidentemente, sólo Mariano Rajoy conoce los verdaderos motivos que lo han llevado a seleccionarla con preferencia sobre otras posibles alternativas. Mas, ubicando la fecha en su contexto, podemos aventurar tres posibles explicaciones compatibles entre sí, a cuál peor.

La primera es la que ha ofrecido el propio Rajoy: "La razón es que si fueran el 13 de diciembre tendríamos que constituir el Parlamento prácticamente en plenas Navidades. Así hay un poco más de margen; hay hasta el 14 de enero". Es decir, que con tal de que sus señorías no vean interrumpidas sus vacaciones navideñas (deberían constituir las Cortes antes del 7 de enero), Rajoy opta por frustrar su arranque al conjunto de los españoles que deseen votar. El confort de la casta antes que el de los ciudadanos. Una actitud ante la que, a estas alturas, ya nadie se sorprenderá.

La segunda hipótesis también la ha deslizado parcialmente el propio Rajoy: "Por tanto, podemos aprobar los Presupuestos, hacer las elecciones y luego tener un margen para, después de las fiestas, constituir el Parlamento". En efecto, el Gobierno espera aprobar los Presupuesto Generales del Estado el próximo 19 de octubre, y para celebrar las elecciones el 13 de diciembre las Cortes deberían haberse disuelto el 20 de octubre… apenas unas horas después de sacar adelante los Presupuestos.

Las prisas en aprobar los Presupuestos para 2016 han sido una de las grandes críticas que se han dirigido contra el PP en los últimos meses. En esencia porque cualquier documento que se apruebe será papel mojado en una nueva legislatura donde, con total seguridad, el PP no contará con mayoría absoluta (hoy mismo, Funcas advertía de que los Presupuestos serán alterados tras los comicios). Entonces, ¿por qué ese empeño del PP por aprobar las cuentas del Reino para 2016 en lugar de prorrogar las de 2015? No por responsabilidad financiera: los Presupuestos de 2015 son más austeros que los de 2016, por tanto su prórroga habría sido un mayor ejercicio de responsabilidad financiera. Al contrario, las razones son de pura irresponsabilidad institucional: estos Presupuestos contienen toda una serie de promesas de aumento del gasto con las cuales el PP quiere acompañar su campaña electoral, distanciándose del sambenito de la austeridad y de los recortes: es decir, el auténtico programa electoral del PP para el 20-D es su actual proyecto de Presupuestos. Por consiguiente, su tramitación resultaba irrenunciable y, en tal caso, quedaba poco estético reconocer las prisas y ansias electoralistas disolviendo las Cortes apenas terminar de aprobarlos.

Por último, la tercera hipótesis de por qué llamar a las urnas el 20 de diciembre es que los empleados públicos ya habrán cobrado por entonces la paga extra de Navidad, así como el 25% de la paga extra de 2012 que el Ejecutivo pretende devolverles este ejercicio. Si uno aspira a captar parte de este granero de tres millones de votos, es obvio que resulta más conveniente que acudan a votar momentos después de que el Estado les haya transferido tales emolumentos. Compra indirecta de votos con cargo al contribuyente.

En suma, ¿por qué celebrar las generales el 20 de diciembre? Por el interés partidista del PP: disfrutar de vacaciones navideñas plenas, lograr aprobar los Presupuestos a modo de reclamo electoral e instrumentar el erario público para atraer el voto de los empleados públicos. Todo lo cual ilustra, una vez más, que el Estado no es una maquinaria neutral que actúa en pos del interés general, sino que lo hace en pos del interés de aquellas élites partidistas, lobistas, clientelares o burocráticas que consiguen capturarlo. Incluso para algo tan banal como llamar a las urnas.

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