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Juan Ramón Rallo

¡Servidumbre Real YA!

Quieren convertirnos en títeres de una clase política a la que, lejos de recortarle sus poderes, se los incrementa de manera exponencial: más intervención sobre las relaciones laborales, más impuestos y control total sobre unos bancos.

Carecer de propuestas no es lo mismo que tener unas que sean pésimas. A nadie se le podrá criticar por falta de ideas acerca de cómo reformar el mundo (de hecho, muy probablemente nos iría mejor a todos si tales reformistas se prodigaran menos), pero, como obvio, sí habrá que censurar a quienes transmitan ideas contraproducentes para nuestras libertades y nuestro bienestar.

Se ha extendido el mito de que la plataforma ‘Democracia Real YA’ era un grupo heterogéneo de ciudadanos sin un perfil ideológico claro que salía a la calle a protestar sin nada específico que ofrecer. No es cierto. Basta con acudir a su página web para encontrarnos con una serie de casi 40 propuestas mucho más concretas que la mayoría de las que integran los programas electorales de nuestros partidos políticos. Entonces, ¿a qué viene el discurso de que no proponen nada? Pues, básicamente, a que son un movimiento de izquierda extrema al que hay que tratar con algodones: la izquierda más moderada pretende disculparlos tachándolos de ciudadanos bienintencionados pero ingenuos y la derecha más acomplejada prefiere descalificarlos como populacho sin nada que ofrecer en lugar de entrar en el debate de las ideas y demostrar su inanidad.

Y es que resulta curioso cómo un movimiento que clama no ser "mercancías en manos de políticos y banqueros" hace todo lo posible para convertirse en tales. Será que el lema de la plataforma, lejos de una repulsa, constituye un desiderátum; un suspiro por lo que podría ser pero no es. Al cabo, ¿qué otra conclusión cabe extraer de una masa que reclama que los políticos añadan nuevas trabas al mercado de trabajo para dificultar más la contratación; o que propugna que los gobernantes nos suban todavía más los impuestos para poder disponer discrecionalmente –léase, despilfarrar– de una porción aun mayor de nuestros recursos; o que defiende la nacionalización de la banca y que, por tanto, los agujeros que ésta genere a las órdenes de los políticos y de sus clientes sean cubiertos, siempre y sin excepción, por unos esclavizados contribuyentes? Justamente quieren convertirnos en títeres de una clase política a la que, lejos de recortarle sus poderes, se los incrementa de manera exponencial: más intervención sobre las relaciones laborales, más recaudación tributaria para gastar a placer y, por si fuera poco, control total sobre unos bancos que, como las cajas, pasarían a estar dirigidos por sus subalternos.

¿La alternativa real a la depresiva situación actual? Devolverle el control a cada ciudadano sobre su dinero para que lo gaste o ahorre en lo que prefiere; permitirle firmar los contratos, laborales, mercantiles o civiles, que considere oportunos con las provisiones que repute adecuadas; y eliminar, de verdad, los privilegios de la banca: a saber, fin del monopolio de los bancos centrales, libertad de elección de moneda, supresión de los fondos de garantía de depósitos y aplicación estrica, sí, de la legislación concursal a los bancos para que no sean rescatados por la puerta de atrás de su nacionalización total o parcial.

Es cierto que las ideas de 'Democracia Real YA' no resisten un análisis de más de cinco segundos, pero no por ello hay que negar su existencia: de hecho, lo mismo sucede con nuestra clase política y con la mayoría de los autodenominados intelectuales. No ocultemos sus propuestas, saquémoslas a la luz y expliquemos cuáles son sus consecuencias: más desempleo, más impuestos, más déficit y más bancos (públicos) quebrados que rescatar. Quieren regenerar la política, pero no para incrementar la exigua esfera de libertad de los individuos a costa de la reglamentación estatal, sino para terminar de convertirlos en las mulas de carga de la casta gobernante. Sorpresa: la nueva izquierda no es otra cosa que la izquierda de toda la vida.

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