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Juan Ramón Rallo

Por un auténtico cambio de Gobierno

Aunque por simple decencia necesitamos echar de inmediato a Zapatero y a todo el socialismo que lo ha rodeado, la solución no vendrá de manos de un PP con más voluntad de calentar los sillones que de reducir su número.

Hablar de cambio de Gobierno es una expresión engañosa por polisémica. Tras el sintagma se pueden esconder al menos tres posibles significados: un cambio interno de Gobierno, donde un mismo equipo político intercambie sus cromos de enchufados ministrables; un cambio externo de Gobierno, donde se sustituya por completo a ese equipo político y entren otros a colocar a los suyos; y un cambio en las relaciones entre la institución del Gobierno y la sociedad que comanda.

Los socialistas piensan que la solución a todos nuestros problemas pasa por un cambio interno de Gobierno, ya sea conservando a Zapatero o sustituyéndolo por otro de los suyos con ideas parecidas. Dentro de esta visión, lo que ha fallado no ha sido la izquierda, sino la plasmación y ejecución de las ideas de la izquierda, ya sea porque la Merkel las ha pervertido o porque Zapatero es un estratega torpísimo. La conclusión es obvia: necesitamos más izquierda, pero una izquierda más auténtica y astuta. Así se entiende mejor la treta de entronizar a Rubalcaba, de suprimir de cara a la galería los Ministerios de Igualdad y Vivienda (pero no así sus partidas de gasto) y de restablecer los puentes con los sindicatos infiltrándoles en la cúspide misma de Trabajo.

Los populares, en su inmensa mayoría, creen que lo que necesitamos es un cambio externo de Gobierno. Hay que reemplazar al equipo político que nos ha abocado al desastre por otro más diligente, responsable, serio y tecnocrático. De acuerdo con esta perspectiva, España ha sucumbido a la gestión de la izquierda, siempre caracterizada por gobernar con escaso rigor y tratando de arrimar el ascua a la sardina de sus grupos de presión y de sus prejuicios ideológicos. Lo que necesitamos, pues, es un Gobierno más responsable y eficiente que vele por los intereses generales en lugar de por los suyos particulares. De este modo podemos comprender mejor la censura rajoyana de que han cambiado los músicos, pero no el director (que debería de ser él) o la partitura (que debería de ser un programa político y económico del PP del que aun no se conocen demasiados detalles salvo que lleva el membrete de supuesta calidad del Partido Popular).

Por último, los liberales, entre los que obviamente me incluyo, son conscientes de que es imprescindible un profundo cambio en las relaciones entre el Gobierno y la sociedad a la que hoy somete. No es un problema ni de incorrecta aplicación del intervencionismo socialista (más bien el socialismo es el problema), ni de falta de diligencia política en la implementación de un intervencionismo más sensato de corte popular. Más bien, el socialismo es el problema y la caótica situación política y económica es consecuencia no de haber elegido a los gestores incorrectos, sino de haber acumulado demasiado poder en las manos de cualesquiera gestores. La solución consiste en ir desarmando al Gobierno e ir devolviendo capacidad de gestión propia a la sociedad: a cada individuo y grupo de individuos asociados voluntariamente. En un mundo donde el conocimiento es cada vez más específico, especializado y descentralizado es suicida concentrarlo cada vez en menos manos (sea en la Administración central o sus sosias autonómicos y municipales).

Aunque por simple decencia necesitamos echar de inmediato a Zapatero y a todo el socialismo que lo ha rodeado, la solución no vendrá de manos de un PP con más voluntad de calentar los sillones que de reducir su número. Si la izquierda nos ofrece nuevos flautistas contra la crisis y la derecha directores de orquesta más habilidosos, los liberales hemos de exigir que dejen de retenernos dentro de la sala de conciertos. Llevamos demasiadas décadas escuchando la misma estridente música y a estas alturas del drama ni unos ni sobre todo los otros deberían encantarnos con sus populistas melodías.

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