Sabido es que los mercados no entienden de democracia; al menos, de la democracia política. Podrá la mayoría del pueblo haber aupado al poder a la personificación peruana del sida o del cáncer, que ellos van a su bola. Los capitalistas son tan malvados, tan avariciosos y tan individualistas que no les gusta que les roben. Acaso por ello resulten tan antipáticos a la progresía, siempre presta a exigir sacrificios (ajenos) en nombre de la patria, la clase obrera o la misma Gaia.
Ningún mejor termómetro del estado de ánimo de los inversores nacionales y extranjeros que la evolución del mercado bursátil; tal vez, el logro más democratizador (en su mejor sentido) de la economía que nos haya ofrecido jamás el capitalismo. Al cabo, con apenas cuatro chavos, uno puede comprar acciones y convertirse en propietario de una parte de alguna de las miles de empresas de un país, o venderlas y desentenderse del proyecto empresarial. Una libertad que, para nuestra desgracia y la de los peruanos, jamás nos ofrecerá un sistema político estatal: quien no ha votado a Humala no sólo se ve forzado a padecer sus previsibles dislates y abusos de poder, sino que, más importante, no puede mandarlo a freír espárragos tan pronto como se haya cansado de él.
Será por eso, por combinar en dosis perfectas democracia y libertad, por lo que la izquierda detesta la bolsa; ya se sabe, ese casino de especuladores donde se practica el golpismo económico contra el muy soberano pueblo. Ahí está, véanlo si no, la intolerable afrenta de la bolsa limeño contra el Estado de Derecho peruano: el mercado de valores ha recibido al presidente Humala con una caída del 8% antes de que fuera cerrado. Prueba irrefutable de que existe una conspiración internacional, encabezada muy probablemente por la CIA, el Mossad o una joint venture de ambos, para destronar el filonazi bolivariano.
Nada que ver, claro, con que Humala haya prometido nacionalizar las llamadas "actividades estratégicas" del país. Cajón de sastre de la discrecionalidad presidencial para robar a los ahorradores peruanos y foráneos tanto como le plazca. O nada que ver con su ideología marcadamente chavista y liberticida que no parece la más adecuada para generar un marco institucional estable y favorable a la acumulación privada de riqueza. Incomprensible, pues, que los inversores no quieran permanecer en semejante tierra de la abundancia, en ese sueño americano redivivo.
Mas, he ahí la gran ventaja del capitalismo popular. Si usted confía en Humala, en su programa económico y en su perfil reformista, lo tiene fácil para combatir tamaño golpismo bursátil: compre, compre acciones peruanas; incluso apalánquese para acaparar tantas como pueda. Ahora mismo se las están regalando: hay tantos orates que quieren vender que han tenido que cerrar el mercado. ¿Qué mejor ocasión para ir de rebajas? ¿Qué mejor ocasión para darle un voto de confianza al presidente electo y, de paso, obtener suculentas ganancias?
Puede que quienes de momento tenemos pensado mantener nuestros ahorros fuera del Perú nos estemos equivocando y resulte que este aprendiz de Chávez termine convirtiéndose en un Lula cualquiera de la vida. Pero en tal caso, el Perú ganará y quienes inviertan ahora ganarán. De momento, empero, me temo que con estos comicios el Perú ha perdido y que los capitalistas que huyen en desbandada del país sólo están tratando de minimizar los destrozos. Pérfido capitalismo que les da una cierta salida en lugar de mantenerlos encerrados a cal y canto en la prisión gubernamental. Así no hay quien robe a gusto.