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Juan Ramón Rallo

Con tres años y medio de retraso

Bueno, pues ya está. En tres meses se habrá acabado lo que nunca debió empezar. Ahora sólo falta que Rajoy no desee zapatear y que Rubalcaba no apueste por convertir la calle española en el tumulto griego

Siendo rigurosos, no es cierto que Zapatero haya adelantado las elecciones cuatro meses. Al contrario, las ha retrasado tres años y medio. Porque sí, un candidato que ganó los comicios de 2008 con un programa dirigido no a combatir la mayor crisis de nuestra historia, sino a seguir gestionando, a imagen y semejanza de la anterior legislatura, los envenenados frutos de la burbuja inmobiliaria, debería haber cesado de inmediato, elaborado otro programa más despegado de los Mundos de Yupi y convocado de nuevo a los españoles a las urnas.

Pero no, está visto que lo mismo da que un partido prometa el pleno empleo cuando su misión debería haber consistido en evitar el pleno desempleo o que augure que superaremos en renta per cápita a Alemania cuando su cometido iba a ser el de convertirse en los palanganeros de nuestros acreedores teutones.

El resultado de esta legislatura agónica, de esta continua batalla contra lo evidente, de este pegarse de tortas contra el sentido común, de esta apoteosis del común sinsentido de la izquierda, es de sobras conocido. Con cinco millones de parados y unas finanzas públicas y privadas al borde de la suspensión de pagos, huelga explicarle a nadie cómo está el país. Si acaso, ahora mismo, toca repetir qué necesitamos para minimizar los destrozos. Lo mismo que muchos pedíamos ya en 2007 y seguimos reclamando cuatro años después: menos gasto público, menos impuestos y menos regulaciones.

Todo lo opuesto, por cierto, de lo que nos ha ofrecido ZP. Porque, en contra de la indignada retórica populista, los mercados no han doblegado a Zapatero; más bien, de la mano de Merkel y Trichet, han continuado prestándole respiración asistida. Señores, en esta legislatura los mercados le han prestado al cesante más de 350.000 millones de euros para que continuara haciendo de las suyas: es decir, para que continuara despilfarrando nuestro dinero, para que siguiera sin cargarse la negociación colectiva, para que no interrumpiera las amplísimas subvenciones a las muy ineficientes renovables o para que no dejara de torpedear la iniciativa empresarial con toda suerte de absurdos obstáculos burocráticos. ¿Les parece eso una ofensiva en toda regla de los mercados? ¿O más bien una completa bajada de pantalones a la espera de que escampe el temporal?

Bueno, pues ya está. En tres meses se habrá acabado lo que nunca debió empezar. Ahora sólo falta que Rajoy no desee zapatear y que Rubalcaba, de la mano de unos dormitados indignados que en breve despertarán, no apueste por convertir la calle española en el tumulto griego. Quizá demasiada represión de sus instintos primarios, de los suyos y de los nuestros. Al cabo, Zapatero sólo era la exteriorización, ahora estratégicamente repudiada, de una parte muy significativa de la sociedad española. Y, por desgracia, no parece que esa parte haya aprendido la lección. Más bien, todo lo contrario.

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