Cuando mi despacho por fin se queda en silencio tras la agitación rutinaria, y me enfrento a los recortes digitales sobre la reunión del Comité Ejecutivo Nacional celebrada esta mañana en Génova, barrunto que, después de una reunión de tres horas y media, muchos habrán salido con los pies fríos y la cabeza caliente. Si comparamos los titulares de las prensas oficiales, Rajoy ha hecho un alarde de autoridad "que no se la salta un gitano", como se diría en la siempre políticamente incorrecta jerga popular.
Sin embargo, si analizamos lo que escasos medios cuentan sobre lo realmente acontecido en la sede del PP, vemos que la realidad dista un buen trecho de la apariencia intencionalmente pretendida. En primer lugar, llama la atención que la principal protagonista del día, excepto el presidente, ni siquiera ha acudido a la reunión. En segundo lugar, parece, cuanto menos sospechoso, que Cobo se haya atrevido a ratificar sus insultos a Esperanza Aguirre, adornándolos además de un victimismo tan patético como su trayectoria política. Y en tercer lugar, aún me sorprende más que el cacareado ejercicio de autoridad no haya pasado por mandar a este sujeto a su casa para siempre.
No se me va de la cabeza la similitud de la actitud de Rajoy con la del peor García (a quién admiré por muchas otras virtudes), aquella noche de enero de 1996, en la que estuvieron en antena Jesús Gil y Manuel Ruiz de Lopera insultándose mutuamente durante más de diez minutos. En ese momento, García estimó que ya había acumulado bastante audiencia y dio por terminado el combate; cerró la comunicación con ambos y señaló que aquello era intolerable, simulando estar atribulado por la situación. Creo que Rajoy está actuando de un modo análogamente hipócrita. Así, ha tolerado las calumnias de Cobo a la presidenta de la Comunidad, y lo que es peor, su reiteración pública.
El íter argumental de Rajoy encaja muy bien en el centrismo. Consiste en poner a todos los sujetos en un plano de igualdad, y prescindir siempre de tener que posicionarse a favor de uno u otro. De este modo, el delito es analizado colocando al delincuente como una víctima más, y en consecuencia, restando valor a la ofensa recibida por el inocente. No contento con lo anterior, el cabecilla de los populares apunta ahora que es inadmisible hacer declaraciones públicas sobre asuntos que son internos del partido. Y le pregunto, porque lo ignoro, si existe algún órgano del partido dentro del cual los militantes puedan expresar con libertad sus opiniones. Por lo que ha trascendido a través de los medios de comunicación, el común de los ciudadanos piensa que a los actos del partido se va a escuchar y a aplaudir, y si es menester, se prescinde de lo primero y se intensifica lo segundo.
Los partidos, y no es excepción el Partido Popular, andan muy alejados de los ciudadanos. Parece que todo queda en un "¡qué hay de lo mío!", y el ciudadano piensa que hasta ahora era lo suyo. Los índices de abstención se van a incrementar de forma inexorable, ¡hay muchas razones para no votar a un partido, y tan pocas para votar a los otros! Así que me quedo con el dolor de cabeza producido en algunos por la pesadez, en otros por la vergüenza, y en los menos por la rabia contenida durante más de tres horas. Y, en definitiva, nos quedamos con la resaca provocada por un tedioso ejercicio de lamentable e injusta equidistancia.