Parece indiscutible que la izquierda, o mejor dicho la progresía dominante, ha vencido en la batalla del lenguaje. Prefiero hablar de progresía, puesto que denominar izquierda a esta banda del empastre se me antoja innoble; para estos iletrados el nombre de Margarita Nelken les evoca una marca de ropa interior.
Pues bien, a pesar del extractable factor común de la incultura, han ganado la partida del lenguaje, y lo han hecho apoyándose en una propaganda tremendamente perseverante y eficaz. La estrategia se basa en dos puntales: la repetición y el subjetivismo emotivo. De lo primero se encargan todos los que componen la caterva mediática de la izquierda, de lo segundo fundamentalmente los que diseñan la propaganda.
El subjetivismo emotivo se caracteriza por plantear los problemas a través de situaciones límite, por ejemplo: una imagen de un niño agonizante junto a otra de un obispo para hacer ver que la oposición de la Iglesia a la manipulación de embriones es la única responsable de la muerte del niño. Del mismo modo que la agonía de Ramón San Pedro se presentó como el mayor argumento a favor del suicidio, desconociendo los valores de la lucha o la superación encarnados por muchos otros tetrapléjicos. Otro caso similar fue el de la niña colombiana embarazada a la edad de diez años para comenzar a calentar motores en el tema del aborto.
Así, ya no se llama embrión al embrión sino que se acuña el término preembrión para hacer ver que se trata de una realidad distinta; no se habla de suicidio, ni de auxilio ejecutivo al suicidio, sino del derecho a una muerte digna; desde que se inició la ley que permitirá matar a los niños concebidos a voluntad de su madre, ya no se menciona el aborto, el término ha sido sustituido por IVE, sigla compuesta por las iniciales correspondientes a Interrupción Voluntaria del Embarazo. Una vez se ha trocado el lenguaje, y se ha llevado el caso al extremo, el sufrido consumidor, el ciudadano sensible, termina por ver la realidad desde la perspectiva de la anécdota hiriente, ayuno del menor atisbo de racionalidad. Pero esto no es casualidad, se trata de un fruto buscado, siendo el resultado de un preconcebido plan de ingeniería social que pretende hacer de lo casual el sustrato de la norma.
El último juego de palabras acuñado por la factoría de Ferraz, y asumido acríticamente por los voceros del régimen, ha sido: "gravar las rentas del capital", dando a entender que de esta manera pagarán más los ricos, en lugar de denominarlo atraco a los ahorros generados por los sufridos contribuyentes. Ya verá el lector como en unos días el debate se centra en qué tipo de impuestos hay que subir, y en si las rentas del capital o las plusvalías deberían estar más o menos gravadas. Eso sí, volverán a ganar la batalla del lenguaje a base de intoxicar a los ciudadanos con imágenes de supuestas colas de parados y de sujetos marginales pasando necesidad. Pretenderán que todos aquellos que abogamos por una reducción del Estado, y una minoración de impuestos como medidas eficaces para salir de la crisis, aparezcamosa prioricomo cretinos insolidarios, y en consecuencia nuestras propuestas no sean dignas de ser tenidas en consideración.