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Juan Morote

27 de enero de 1945

Han pasado sesenta y cinco años de la liberación del mayor campo de exterminio que hemos conocido y, en cambio, aún hay progres de diseño que, con su pañuelito palestino, se niegan a condenar el Holocausto.

El 27 de enero de 1945 es una fecha que ya nada dice a los estudiantes de la LOGSE, ni a los de la LOE, ni a los de ningún plan de estudios, enseñanza obligatoria, o diseño curricular que haya estado vigente en España después de los años sesenta. En cambio, el 27 de enero es una fecha que ningún amante de la libertad debiera borrar de su memoria. Hace sesenta y cinco años que fue liberado el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Durante décadas la cifra de seres humanos asesinados en nombre de la supremacía de la raza y la omnipotencia del Estado osciló entre uno y dos millones; ha sido necesario poder acceder a los archivos del FSB, el antiguo KGB, para probar que las SS mataron en Auschwitz a más de cuatro millones de reclusos, judíos en su inmensa mayoría. Tal y como ha apuntado el historiador ruso Vladímir Makárov, los nazis no lograron destruir toda la documentación sobre el campo situado al sur de Cracovia; así, tras interrogar a testigos y verdugos, ha podido adverar la macabra cifra.

La visión de lo que allí encontraron los soldados que por vez primera entraron en el campo, la mera contemplación de las imágenes que estos obtuvieron de los presos torturados, los montones de cuerpos de inocentes asesinados, produce un sentimiento cruzado de rabia, de frustración y en cierto modo de arrepentimiento. La locura que condujo al genocidio no fue únicamente obra de las SS, contó con la colaboración por acción u omisión de muchos millones de ciudadanos alemanes. Si bien también fueron responsables todos aquellos que en aras del buenismo y el amor a la paz, mal entendido, se convirtieron en cómplices involuntarios de los nacionalsocialistas.

Han pasado sesenta y cinco años de la liberación del mayor campo de exterminio que hemos conocido y, en cambio, aún hay progres de diseño que, con su pañuelito palestino, se niegan a condenar el Holocausto, incluso niegan su existencia. No han aprendido nada; siguen considerando que la ideología está por encima de la vida y la libertad. Aunque lo verdaderamente grave no es la actitud de Rosa León y sus compañeros de partido, lo realmente aberrante es que una gran parte de la sociedad haya olvidado en nombre de qué se cometió aquel asesinato masivo y sistemático de inocentes.

Si el Estado se coloca por encima de los ciudadanos que lo componen, si se impone la uniformidad como modo de reafirmación de la pertenencia a un grupo, si la nación se diluye en el Estado, si la lengua denota pertenencia y segregación, y cuando los símbolos nacionales sirven para excluir y señalar, la esencia del régimen nazi se mantiene intacta. Cuando miro la ideología subyacente en todos los nacionalismos periféricos y el silencio cómplice de la mayoría frente a todos los atentados contra la libertad que a diario se perpetran en España, no puedo evitar trasladarme a aquel 27 de enero de 1945.

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