Conviene seguir con atención las reflexiones de Leguina sobre el nuevo socialismo español. Cuanto más dentro (o más arriba) del partido se ha estado, más certeros son los diagnósticos. Felipe González, que habla poco de su sucesor, mete el estoque hasta el fondo cuando lo hace. Si yo fuera Pilar Urbano, que es una pesadilla espeluznante e incomprensible que tengo a veces, les contaría a ustedes ahora mismo lo que dicen en petit comité, sin grabadoras de por medio, algunos nombres principales del socialismo catalán. Y se quedarían muertos.
El PSOE se ha puesto en un plan que uno no sabe si sonrojarse por la cursilería, indignarse por el sectarismo, deprimirse por las malversaciones o salir huyendo por todo. De estas posibles reacciones, la del sonrojo es compartida por la derecha y por una vieja izquierda que, cuando no debe nada a Zapatero, lo manifiesta. Es lógico. ¿Qué no dirían Pablo Iglesias o Indalecio Prieto si oyeran un discurso de Bibiana Aído? No pienso en los prejuicios sexistas de don Indalecio, que luchó como un león contra el voto femenino, cuya consecución equiparó al asesinato de la república. Me refiero a que les resultaría absolutamente incomprensible. Tan incomprensible, por otra parte, como las filigranas nacionalistas del PSC para sus fieles votantes del cinturón industrial de Barcelona. Y aun así les votan. Es esa lealtad férrea e incombustible la que explica todo el problema español. A quien le parezca exagerado, que consulte los resultados de las últimas generales, por provincias y por comunidades.
En la variopinta alianza que procura el poder a este socialismo de banqueros y constructoras, juega un papel esencial y aglutinador la pandilla de la ceja, que llamaré "Unicej" por la caridad que derrochan consigo mismos. ¿Cómo va a ser errónea o malvada una causa que une a Concha Velasco y a Barceló, a Bardem y a Serrat, todos ellos enormes artistas? No es fácil transmitir (acaso sólo una fatigosa casuística lo logre) hasta qué punto los intelectuales, los artistas, los profesores universitarios suelen optar por las más catastróficas alternativas políticas, malentienden los problemas económicos o bélicos, conducen a sus ingenuos seguidores al abismo.