Al igual que ocurre con otros grandes debates nacionales, el diálogo de besugos que se ha entablado en torno a la maldita Educación para la Ciudadanía impide una evaluación serena de las posiciones. Supremamente esquivo, el Tribunal Supremo dicta un galimatías en el que los cándidos quieren ver un reto intelectual, una adivinanza donde se esperaba una sentencia, un enigma lógico que se resume así: no te digo que sí ni te digo que no, como te digo una cosa te digo la otra, y no confundamos la velocidad con el tocino.
El primer ejemplo de los contenidos que se impartirán bajo la impecable etiqueta de "valores constitucionales" nos lo proporciona José Blanco, el más indicado hermeneuta del fallo una vez establecido quién manda aquí. Nadie ignora que, en el país de las maravillas, saber quién manda permite conocer el significado de las palabras. Primer valor constitucional invocado por Blanco: explicar cómo se utiliza un preservativo. Nótese que el estadista usa el verbo "utilizar", no "poner", que sería materia sencilla. Por muchas vueltas que se le busque, por mucho que lo sofistiquemos, no parece que esa lección tome más de cinco minutos lectivos. Y se aprende para toda la vida. Está bien, está bien, siempre hay rezagados: digamos quince minutos, media hora, ¡una hora, caramba!
Y luego, ¿qué? Ahí debe radicar el núcleo innegociable de la polémica, pues a nadie le molesta que se enseñe al infante los valores constitucionales entendidos en el sentido tradicional, sin el condón de Blanco de por medio. Pero ya hemos visto que no se trata de cómo se pone, sino de cómo se utiliza, y ahí entramos en un maravilloso y placentero abanico de posibilidades.
Que llegue el placer a las aulas no es menor prodigio que constatar las artes adivinatorias de la ministra del ramo. Hay pruebas irrefutables de sus dotes paranormales: predijo la sentencia del Supremo. Pudo engañarnos Cabrera con los dos atuendos, al modo de esos magos que pasan por detrás de un biombo y salen al segundo mudados de arriba abajo. Pero el reloj del vídeo no engaña. Exijo para Cabrera el premioRandide un millón de dólares; su caso de premonición cumple todas las condiciones de observación. Arenillas ya puede ir pensando dónde invierte la pasta. ¡Suertudo!