España es ese extraño país occidental donde los funcionarios arrojan a violadores reincidentes en brazos de anónimas muchachas que han tenido la mala suerte de pasar por ahí. Luego contemplan las consecuencias y hacen un curso, un informe y un debate muy interesantes donde se acaba (más bien se empieza) descartando la castración química voluntaria y, tras reconocer que ciertos tipos nunca cambiarán, lo zanjan todo con argumentos que desconocen tan terminante premisa. Antes de despedirse y marcharse de vacaciones, celebran los avances en materia penal, criminológica y penitenciaria.
España es un enigma jurídico donde un asesinato se paga con siete u ocho meses de prisión (que el reo especialmente peligroso dedicará a sacarse unos títulos oficiales sin abrir un libro). Siempre y cuando el asesino lo sea en serie y haya contado en su periplo procesal y penitenciario con la inestimable ayuda de algún presidente de Gobierno conmovido por el pacifismo del matarife o de algún ministro de Justicia ocupado en enseñarle los dientes (¡y cuántos tiene el condenado, y que largos!) no al carnicero, sino al periodista molesto, mientras corre la sangre a sus espaldas. O de algún cándido político que, de pura candidez, se troca en serpiente y le ve las razones a la ETA (en la punta del arma, será, que era donde Mao situaba el poder); de algún ministro del Interior que, como el guardián del silogismo, está incapacitado para la verdad; de todos los medios adeptos al poder, que antes de usar un adjetivo le preguntan al comisario político si hoy toca indignarse, ponerse serio, desviar la atención, echarlo a broma, darle un masaje a Mariano Rajoy –eclipse y espuma– o culpar al comodín Aznar; o de algún fiscal dispuesto a ponerse la toga perdida de polvo del camino (pero ojo, que con el polvo van otras cosas más asquerositas).
España es un paradójico e indeterminado conceto donde se abomina de los rigores de un régimen franquista que promulgó la legislación penal y penitenciaria más laxa del mundo, como se ha visto con De Juana, que si está libre hoy, y haciendo el gallito, no es sólo por las debilidades del elenco socialista comentado supra, sino por un Código Penal de "la dictadura". Y también porque un juzgado se ha tomado, en asunto de tanta alarma social, tres añitos para comprobar si los títulos de De Juana son de verdad o se trata de una colección de etiquetas de Anís del Mono homologadas por la UPV, de cuando el PNV protegía a todo HDP, adelantándose al PSOE posmoderno / primera legislatura, o Zapatero en fase Mr. Hyde.