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Juan Carlos Girauta

'Historia de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña'

No fueron muchos quienes se plantaron ante el gigante, ni siquiera cuando empezaba a crecer.

No fueron muchos quienes se plantaron ante el gigante, ni siquiera cuando empezaba a crecer.

Pasarán los años y los nombres correrán a buscar su lugar en esta historia, pero casi todos caerán en el vacío. Porque no fueron muchos quienes se plantaron ante el gigante, ni siquiera cuando empezaba a crecer. En cuanto a los nombres de las cosas, habrá que recuperarlos de la perversión romántica que les supone desigual contenido cuando se salta de una lengua a otra. Habrá que desbaratar la superstición según la cual cada lengua comporta una visión del mundo, una de las más celebradas zarandajas del nacionalismo.

Los jóvenes sabrán del despliegue en Cataluña, poco después de alcanzadas las libertades democráticas, de lo que Josep Tarradellas llamó la "dictadura blanca". Gracias a la memoria y al trabajo de Antonio Robles, quedará constancia de quiénes estuvieron donde debían. Ahí radica el valor más perdurable de esta obra, necesaria y generosa. Tan generosa como para que uno de los protagonistas del plante (vital y decidido) ante el régimen nacionalista catalán, haya sido a la vez el encargado de elaborar la crónica minuciosa de esta peripecia de la dignidad.

La hostilidad ambiente, la soledad y el pesado silencio invitaban a la desesperanza. Sin embargo, algunos no desfallecieron. Si el nacionalismo catalán pudo sospechar, incluso en sus mejores momentos, que no alcanzaría sus objetivos fue porque existía un núcleo irreductible de personas coherentes y rectas que no comulgaba con ruedas de molino. Aunque los ningunearan, los despreciaran o los calumniaran, según el caso. La famosa conllevancia orteguiana ha funcionado como un desahogo ocasional para nuestros compatriotas no catalanes: de vez en cuando concluyen que "el problema catalán" no tiene solución, y a otra cosa. Pero para quienes hemos vivido la construcción nacional, intelectual y moralmente ofendidos por cada afianzamiento, por cada nuevo sobreentendido triunfante; para quienes hemos presenciado cómo se suplantaba a la sociedad civil, cómo se embridaba al periodismo y cómo se ideologizaba la docencia, no se trata de conllevar nada. Uno puede renunciar y entregarse, vía que llaman fácil cuando a muchos nos resulta impracticable. Uno puede callar, y a fe que esta ha sido la opción favorita en la dictadura blanca. Uno puede, por fin, resistir.

La Resistencia al nacionalismo en Cataluña, la rareza cuya historia recoge este libro, es un precioso ejemplo de civilidad ilustrada. Hablamos de un tipo de Resistencia que seguramente no encaja en lo que el aficionado a la historia espera de esa etiqueta, pero sigue siendo Resistencia, sólo que adaptada a un régimen de desenvolvimiento poco vistoso. Que nadie se engañe: ha sido demoledor; ha impregnado el día a día de millones de catalanes y, finalmente, sus conciencias, sus emociones y sus expectativas vitales. Extremo poco discutible a estas alturas del delirio.

El nacionalismo catalán es lingüístico, lo que no significa que dé por cumplidos sus fines cuando la lengua catalana recibe el respeto y consideración que merece. Si así fuera, el nacionalismo ya habría desaparecido. Significa que utiliza la lengua como herramienta política, que atribuye a la lengua cualidades salvíficas, que introduce una ideología destructiva bajo el manto de la normalización o la promoción de la lengua. Cuando el nacionalismo catalán planificó la penetración de la sociedad, incluyendo tribunales de oposición, medios de comunicación o entidades financieras, hizo especial énfasis en la catalanización de la escuela. No se referían sólo, ni siquiera principalmente, a la inmersión; se referían a convertir el aula en principal foco ideológico.

A ese plan de ingeniería social, a esa decisión de introducirse en las conciencias (sobre todo en las conciencias modelables), no respondió la Resistencia al nacionalismo catalán con un nacionalismo inverso. Respondió enarbolando la bandera de la libertad, reivindicando el bilingüismo para que la vida pública coincidiera con la realidad social, denunciando la gran operación destinada a modificar esa realidad para hacerla coincidir con su modelo de nación. Fueron tiempos duros.

En muchos aspectos, los tiempos siguen siendo duros. Felicítese el lector, por ejemplo, si ha podido adquirir esta obra en una librería de Cataluña, y en condiciones. Es decir, sin tener que pedírsela al librero, exhibida, tratada al menos con el mismo rasero que se aplica a los varios centenares de obras infinitamente menos valiosas con que el nacionalismo invade las mesas de exposición gracias a un engrasado sistema de subvenciones y a una pringosa complicidad sectorial. Pero los tiempos también han cambiado. Lo que no se oía en público durante el pujolismo se lo tienen que oír hoy guste o no guste. La denuncia genérica del nacionalismo, de su esencia pre moderna, discriminatoria, así como la denuncia de sus concretos abusos, no pueden ser ya silenciadas. Y no será porque no se multipliquen los intentos de devolver a Cataluña a la unanimidad, horizonte que habla por sí solo del concepto de pluralismo que habita en la llamada "prensa catalana" (la prensa nacionalista) y en los llamados "partidos catalanes" (los partidos nacionalistas).

Resistencia no es lo mismo que resistencialismo. Aunque el palabro no goza de aceptación académica –y hasta parece que Jaime Gil de Biedma, molesto porque le atribuían su autoría, quiso endosársela a Rafael Sánchez Ferlosio–, lo cierto es que su sentido resulta diáfano. Resistencialismo sería no advertir hoy que, después de lo que narra en este libro, Antonio Robles ha sido diputado en el Parlamento catalán. Y que la propia exacerbación de las posiciones nacionalistas delata su debilitamiento. Sigue pesando el silencio, pero son muchos quienes lo rompen a diario. En realidad, la conversión entera del nacionalismo catalán al secesionismo asilvestrado es prueba de que el catalanismo político ya ni siquiera existe. Existe otra cosa que nada tiene que ver con la vieja ambición de liderar España, sino con la de romperla.

Ya no es hora de resistir, sino de vencer al nacionalismo. Pero si en el presente se ha podido articular en lo político un constitucionalismo catalán desacomplejado es, en gran medida, porque no todo el mundo tragó en las décadas pasadas. Ahora consta negro sobre blanco: Antonio Robles ha recogido para siempre las huellas de la dignidad, la memoria de los nombres, los lugares, los documentos, los avatares. Era un trabajo necesario, y él ha estado ahí para hacerlo. De nuevo.

Barcelona, septiembre de 2013.

PS: Este texto es el prólogo de Historia de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña, de Antonio Robles.

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