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Juan Carlos Girauta

El hecho cinegético en sí

Hay que ser un auténtico conspiranoico para sospechar siquiera que en cenas o monterías puedan hablar Garzón y Bermejo del asunto del que habla toda España, que copa las portadas y que pone al PP en la picota por decisión tomada por... Garzón.

Hay que cruzar a Delibes con Sartre, por lo menos, para desbrozar el sentido del "hecho cinegético en sí", que es el tema que ocupa las conversaciones de fin de semana del ministro de Justicia y el ex segundo de González, juez estrella, azote del fantasma de Franco y martillo de populares. Y hay que ser un auténtico conspiranoico para sospechar siquiera que en cenas o monterías puedan hablar Garzón y Bermejo del asunto del que habla toda España, que copa las portadas y que pone al PP en la picota por decisión tomada por... Garzón, justo antes de coger la escopeta. Las conversaciones, señores mal pensados, fueron en realidad de este tenor:

– ¿Crees tú, con Ortega, querido Baltasar, que la muerte es imprescindible para que exista la cacería?
– Ontológicamente no cabe duda, ministro: la caza, el hecho cinegético en sí, implica muerte.
– No así el hecho cinegético desde su existencia ya dada, señoría; es decir, desde la facticidad del hecho cinegético para sí.
– Amigo, aquí no cabe introducir a Sartre. Me inclino más por Heidegger: la cuestión es ser-en-la-caza o estar-en-la-caza.
– ¡Qué ratos más fantásticos paso contigo en plena naturaleza, juez, con una buena escopeta, desconectado de todo, hablando del hecho cinegético en sí!
– Y que lo digas. Fíjate que tontería, Bemejo. Nosotros con cualquier cosa ya estamos contentos. No como otros.
– La mayoría, en nuestro lugar, sería incapaz de desconectar. Estarían dale que te pego con la trama de El País, digo del PP. Si en vez de ser yo el ministro, con mis aficiones filosófico-cinegéticas, fuera otro, ahora mismo te estaría comentando lo de esos que has metido en el trullo.
– Y si en vez de ser yo de una imparcialidad y de una pulcritud instructora acrisolada fuese otro juez, me cruzaría inevitablemente información contigo.
– ¿Qué te parece si después de cenar hacemos una lectura en común de fragmentos escogidos de Ser y Tiempo?
– ¡Y los amenizamos con unas diapositivas de caza mayor!

No son Bouvard y Pécuchet, no son sus epígonos, los crueles ricachones deLa música del azar, de Paul Auster. Son el poder ejecutivo y el poder judicial, en estricta separación. La conjunción es pura afinidad de caracteres desinteresados, libres e inquietos. ¿No?

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