Me lo cuenta Antonio Pérez Henares, Chani, antes de un postre que dejaremos a medias. Quiso el azar que uno de los logros vitales de Inés del Río explotara el 14 de julio de 1986, plomo entre años de plomo, junto a su casa. Saltó mi amigo de la cama, agarró la cámara y bajó al infierno, que de repente tenía sede tenebrosa en la Plaza de la República Dominicana. El carrete le dio para doce fotos, dejó la cámara junto a un árbol y, cumplido el papel de periodista, le tocó al ciudadano, al hombre bueno, arremangarse.
No contaré lo que experimentó dentro del autocar de la muerte porque conduce directamente a la pesadilla. Aún no había llegado la policía. Chani llevó a los heridos que mal que mal podían valerse a un hospital cercano. Han pasado veintisiete años y todavía se conmueve desde la raíz. Fuera de las víctimas, no hay testigo más inmediato de la obra de la terrorista, mujer liberada, mujer defendida por el fiscal jefe del País Vasco, mujer que Otegi ha elevado a símbolo triunfal subiendo a la red la fotografía más intolerable de la excarcelación.
Es una imagen con diversas interpretaciones. Ayer se daba cuenta en este medio de algunas de ellas, contradictorias. Pero las divergencias a la hora de establecer significado encontrarán por fuerza un límite: sonríe. Y la sonrisa que no es amarga, no está envenenada. Hay alegría. Dentro de ella habrá de moverse el hermeneuta. ¿Ha ganado la ETA? Perdonen. Algo que me impide actuar aquí como debiera. Es una limitación que reconozco: me da asco interpretar a Inés del Río. Uno no pude trabajar con arcadas; y menos (¡no más, mentirosillos!) si el trabajo es intelectual.
Invito a los exégetas de etarras, y a los semiólogos, y a los columnistas sin tema a centrarse en otras imágenes: las que tomó Pérez Henares aquel maldito verano madrileño. Una en concreto: la que ilustra esta reciente entrada de su blog. Debajo cuenta la historia en primera persona, guardándose de divulgar los detalles de la pesadilla. Los "doce guardias civiles asesinados" que recogieron los medios conforman, en su formulación verbal, una idea incompleta. Tres palabras de Chani, antes del postre, perduran en mi memoria porque aportan la luz de quien ha percibido con sus sentidos lo que es abstracto para el resto del mundo: "Eran casi niños".