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Expoliadores y, además, victimistas

Por primera vez se ha podido percibir algún barrunte de que los nacionalistas gallegos percibían que sus alineamientos retóricos con vascos y catalanes traicionaban también a la pretendida "nación" gallega, sometiéndola a intereses antagónicos.

Le han cogido la aguja de marear al memo de Zapatero. Ante el silencio del Tribunal Constitucional, aun no recuperada su nefanda presidenta de la bronca que le propinó la vicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, ha decidido la clase política catalana establecer un régimen de co-soberanía con el Estado español. Y el que rechiste, ya se sabe, está devorado por el odio a Cataluña. Y ya no es cosa sólo, como originariamente, de los regionalistas o nacionalistas, sino del entero espectro partidario catalán. Así, el secretario general de Iniciativa per Cataluña-Los Verdes, Joan Herrera viene de acusar al presidente autonómico de Galicia, Núñez Feijóo, de "atizar el odio contra Cataluña" por incitar a los presidentes de las comunidades ninguneadas a rechazar el modelo de financiación cocinado entre el Gobierno de Zapatero y la clase política catalana. En plata, si no te dejas robar no es en defensa de tus intereses o de tu dignidad, sino porque odias a Cataluña (que se está beneficiando con la complicidad de aquel Gobierno y del Tribunal Constitucional, a su servicio, de una total vulneración de la Constitución de 1978).

Aunque no cabe hacerse ninguna ilusión sobre el desenlace final, dado el carácter oligárquico, incluso mafioso, de los grandes partidos españoles, la posición de Feijóo está siendo particularmente gallarda. En un notable artículo, publicado a primeros de mes en El Correo Gallego, su redactor Carlos Luis Rodríguez situaba el origen de lo que él llamaba darwinismo social en la derecha catalanista de Cambó, deseosa de quedarse en el Estado, pero en una sala VIP, oponiendo esta idea al principio de solidaridad (de clases y regiones) propio de los auténticos progresismos. Si se prescinde de las retóricas, destinadas prioritariamente a optimizar la manipulación de las masas, la insolidaridad y la ausencia de lealtad constitucional, propias de la derecha catalanista, conforman hoy el programa mínimo de las élites políticas catalanas.

No resulta, por tanto, sorprendente que UPyD, Ciutadans y el Círculo Balear hayan acusado a los populares de las Baleares de ser un partido catalanista más, con motivo de la negativa de un ayuntamiento gobernado por el PP ibicenco a dirigirse en español a una juez, que así se lo pidió, por no entender el catalán. Esta ambigüedad de cierta derecha tradicional, respecto de la lengua y de los símbolos nacionales, acentúa los complejos de inferioridad del PP, máxime cuando el PSOE ha liquidado cualquier residuo de carácter nacional, entregados unos y otros a una oportunista colaboración con "nacionalismos" aldeanos. A este propósito, el propio caso gallego no es una excepción. Las promesas electorales de una situación de mayor equilibrio en el uso de las dos lenguas, la oficial del Estado y la oficial de la Comunidad, han dado paso a una situación en la que nada ha cambiado, salvo la de ofrecer una coartada a los torticeros argumentos de que la nueva Junta quiere acabar con el gallego.

Y, sin embargo, Feijóo ha encontrado más apoyo en su pretensión de resistencia al diktat zapaterino-catalán en los nacionalistas que en los socialistas, sometidos a la férula monclovita. Por primera vez se ha podido percibir algún barrunte de que los nacionalistas gallegos percibían que sus alineamientos retóricos con vascos y catalanes traicionaban también a la pretendida "nación" gallega, sometiéndola a intereses antagónicos. Quizá sea sólo una ilusión mía. Pero si no lo fuese, bienvenida sea. En un terreno tan propicio a la irracionalidad, algo de pragmatismo y sentido común nunca vienen mal.

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