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José Vilas Nogueira

Delirios maniqueos

En su delirio, Anson muestra un antiamericanismo tópico y exaltado: blancos racistas de alma de barro, rubios nórdicos, emperadores del dinero, especuladores de pueblos, tribus blancas de Norteamérica.

Ha debido de sufrir una grave calentura. Sólo bajo los efectos de febril delirio se puede escribir un artículo como el que publica hoy en El Mundo, don Luis María Anson. Y no es que quepa esperar del veterano periodista, competente escritor y experto miembro de jurados de belleza femenina, magnas obras de pensamiento. Pero tanto por sus talentos como por su edad, tal clamorosa falta de sindéresis resulta asombrosa.

Bajo la manida forma epistolar que ampara sus colaboraciones, el señor Anson se dirige al nuevo presidente de los Estados Unidos con este título: "un negro, presidente de la primera potencia material del mundo". La puntualización de "primera potencia material" es sumamente llamativa. No creo que el señor Obama llegue nunca a leer esta carta y, en el improbable caso contrario, dudo más todavía que tal viscosa exhibición de odio antiamericano resulte de su agrado.

En primer lugar, Obama no es negro, sino mulato, y no parece exorbitante pedir a un Académico de la Lengua española que emplee esta precisa palabra cuya supervivencia no disfruta de muy buenos augurios. Si para el común de las gentes, más en particular para los de habla no española, los mulatos son negros, es una consecuencia explicable, pero no deseable, de la propia supremacía de la raza blanca.

Aprovechando la ocasión, el señor Anson ocupa media página del periódico con generosas citas de un libro suyo, La Negritud, publicado hace cuarenta años, que hubiese quedado mejor cerrado en los anaqueles de las bibliotecas. Como este buen señor no cuenta la modestia entre sus numerosas virtudes, califica su añeja obra como, nada menos, un libro de filosofía de la Historia en favor de las culturas negras. Sólo a la limitada irradiación exterior de nuestra actual literatura cabe imputar que tan magistral obra no se hubiese constituido en manual de cabecera de los Black Panthers.

Con su indudable autoridad filosófica y sociológica, decía Anson en 1968, y recuerda ahora, "la verdad es que el norteamericano medio sigue considerando al negro un ser inferior, útil sólo para trabajos serviles o para el deporte. Y, naturalmente para el Ejército. Esto último subleva al investigador más frío". Y sigue un efectista largo párrafo sobre la crueldad y la injusticia de la segregación social. Esto es verdad, pero tales injusticias sociales no eran exclusivas de los Estados Unidos. ¿No subleva, en 2009, a nuestro sensible escritor, la composición de nuestro ejército? ¿No ha reparado en que los inmigrantes latinoamericanos participan en él en una proporción muy superior a su participación en el conjunto de la población? Será que los españoles tenemos bula.

En su delirio, Anson muestra un antiamericanismo tópico y exaltado: blancos racistas de alma de barro, rubios nórdicos, emperadores del dinero, especuladores de pueblos, tribus blancas de Norteamérica. Que un autotitulado filósofo eleve a sustancial la relación epifenómenica entre raza y dinero, resulta bastante penoso. Pase usted revista, muy señor mío, a las grandes fortunas del mundo actual y comprobará que los rubios nórdicos están acompañados en número no inferior por gentes de otras razas.

Anson sigue y sigue con su diarrea "antiyanqui" (como si no hubiesen sido los sudistas los grandes propietarios de esclavos). Finalmente, expresa su deseo de un Papa negro, pues la Iglesia Católica sería la primera potencia espiritual del mundo. No seré yo quien me oponga a sus anhelos. Pero, aunque fuese yo miembro de esta Iglesia, no me gustarían nada sus reflexiones.

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