L.D. / EFE.- La Armada y las empresas rusas y extranjeras contratadas para el reflote del Kursk, hundido hace un año en el mar de Barents con 118 marinos, también se apuntaron tantos al haber avanzado en otros dos frentes una operación en la que el Kremlin se juega su prestigio.
Por un lado, a la zona del naufragio en el mar de Barents llegó este martes, un día antes de lo esperado, la barcaza Carrier, que trae desde Noruega una sofisticada sierra hidráulica que servirá para cortar la proa del submarino antes de proceder a izarlo. La separación de la proa, totalmente destruida por la potente explosión que hundió el submarino durante unas maniobras navales, obedece a motivos de seguridad, ya que el mando naval ruso no descarta la posibilidad de que aún queden torpedos sin detonar.
Viacheslav Zajárov, representante de la empresa holandesa Mammoet, contratada por el Kremlin para el rescate en el Artico, explicó que los buzos sólo fijarán la sierra en el casco del Kursk, que yace a 108 metros de profundidad, pero el corte será en régimen automático. Esa operación, que debe durar varias horas si las condiciones del tiempo son favorables, se realizará con mando a distancia desde el barco Mayo, mientras los buques de guerra rusos que vigilan la zona del naufragio se apartarán por las mismas razones de seguridad.
El astillero militar ruso Sevmash informó de que en el puerto de Severodvinsk este martes y fue botado el segundo de los dos enormes pontones que ayudarán a remolcar el Kursk al dique seco de Rosliakovo para desmontar sus reactores nucleares y proceder al desguace del casco.
De acuerdo con el plan previsto, las grúas del Giant-4 izarán el submarino en unas siete u ocho horas hasta que esté a seis-ocho metros de profundidad para ser remolcado a puerto. Antes de entrar en la dársena, los dos pontones construidos en Rusia se situarán uno a cada lado de la plataforma para estabilizarla y poder llevar el Kursk a tierra firme sin riesgo para sus dos reactores nucleares y para los 24 misiles Granit que siguen a bordo.
Estos sofisticados y veloces misiles de crucero, destinados a abatir portaaviones y cuyo combustible es uno de los secretos más codiciados por Occidente, parecen ser una de las causas de las prolijas medidas de seguridad adoptadas por la Armada rusa.
Por un lado, a la zona del naufragio en el mar de Barents llegó este martes, un día antes de lo esperado, la barcaza Carrier, que trae desde Noruega una sofisticada sierra hidráulica que servirá para cortar la proa del submarino antes de proceder a izarlo. La separación de la proa, totalmente destruida por la potente explosión que hundió el submarino durante unas maniobras navales, obedece a motivos de seguridad, ya que el mando naval ruso no descarta la posibilidad de que aún queden torpedos sin detonar.
Viacheslav Zajárov, representante de la empresa holandesa Mammoet, contratada por el Kremlin para el rescate en el Artico, explicó que los buzos sólo fijarán la sierra en el casco del Kursk, que yace a 108 metros de profundidad, pero el corte será en régimen automático. Esa operación, que debe durar varias horas si las condiciones del tiempo son favorables, se realizará con mando a distancia desde el barco Mayo, mientras los buques de guerra rusos que vigilan la zona del naufragio se apartarán por las mismas razones de seguridad.
El astillero militar ruso Sevmash informó de que en el puerto de Severodvinsk este martes y fue botado el segundo de los dos enormes pontones que ayudarán a remolcar el Kursk al dique seco de Rosliakovo para desmontar sus reactores nucleares y proceder al desguace del casco.
De acuerdo con el plan previsto, las grúas del Giant-4 izarán el submarino en unas siete u ocho horas hasta que esté a seis-ocho metros de profundidad para ser remolcado a puerto. Antes de entrar en la dársena, los dos pontones construidos en Rusia se situarán uno a cada lado de la plataforma para estabilizarla y poder llevar el Kursk a tierra firme sin riesgo para sus dos reactores nucleares y para los 24 misiles Granit que siguen a bordo.
Estos sofisticados y veloces misiles de crucero, destinados a abatir portaaviones y cuyo combustible es uno de los secretos más codiciados por Occidente, parecen ser una de las causas de las prolijas medidas de seguridad adoptadas por la Armada rusa.