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José María Marco

Rosas rojas

Alguien con patriotismo y generosidad, virtudes que Tomás Gómez desconoce, habría proclamado que el acto debía ser expresión de duelo y recuerdo, compartido por todos los españoles, hacia todos nuestros antepasados que dieron su vida por España.

El homenaje a las trece jóvenes fusiladas en Madrid el 5 de agosto de 1939, las llamadas "trece rosas", ha resultado todo una escenificación de la "ley de Memoria Histórica", que constituyó la pasada legislatura uno de los proyectos estrella de Rodríguez Zapatero y cuyos efectos veremos en funcionamiento de aquí en adelante.

La secretaria de Organización del PSOE así lo subrayó, como si sólo gracias a esa "memoria" impulsada por los socialistas de hoy se pudieran recordar las atrocidades cometidas en aquellos años. Pues bien, resulta que la placa inaugurada ahora sustituye a otra que se colocó en el mismo cementerio de la Almudena de Madrid en 1988, hace 21 años. La sustitución de la placa no ha estado exenta de polémica, porque había personas encariñadas con la anterior, y porque la nueva incorpora una mención a la Fundación Trece Rosas, dependiente del PSOE. Más que homenaje y recuerdo, todo esto sugiere manipulación y apropiación.

Las jóvenes fusiladas el año 39 pertenecían algunas de ellas al PCE y el resto, menos una, a las Juventudes Socialistas Unificadas. Militaban por tanto en una organización comunista de hecho, desde la unificación de las organizaciones juveniles del PSOE y del PCE, con hegemonía de este último. El PSOE recupera una "memoria" comunista de la que se apropia sin escrúpulos, hasta el punto de permitirse decir que inaugura un monumento ya existente desde hace más de veinte años. También alguna organización republicana se ha quejado que en el acto no se hiciera mención a la Segunda República. Por lo visto, ahora no toca sacar a relucir la bandera tricolor. El PSOE, habiendo fagocitado o utilizado la izquierda radical, no quiere que se note demasiado.

Toca, eso sí, y también siguiendo la "ley de Memoria Histórica", reivindicar una parte del pasado en función de los intereses políticos del presente. El momento más repulsivo llegó cuando Tomás Gómez, el líder de la oposición socialista en Madrid, afirmó que aquello era un acto identitario de reivindicación de la izquierda. Alguien con patriotismo y generosidad, virtudes que Gómez desconoce, habría proclamado que el acto debía ser expresión de duelo y recuerdo, compartido por todos los españoles, hacia todos nuestros antepasados que dieron su vida por España, incluidas estas jóvenes cuyo objetivo era reconstruir el Partido Comunista, precisamente después de las atrocidades cometidas por el PCE en Madrid entre 1936 y 1939.

El momento cómico llegó cuando, en el colmo de la cursilada digna del género chico más encanallado, otro de los socialistas asistentes al acto afirmó que las jóvenes homenajeadas de esta manera tan peculiar estarían hoy contra el cambio climático y a favor de la Educación para la Ciudadanía, al modo Cabrera-Gabilondo, se entiende. Bien es verdad que el grado de estulticia y grosería que una afirmación de este calibre revela augura a su autor un brillante porvenir en la oligarquía socialista.

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