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José María Marco

Israel LGTB

La integración de la comunidad LGBT en Israel ha hecho de este país uno de los más abiertos del Mediterráneo.

La integración de la comunidad LGBT en Israel ha hecho de este país uno de los más abiertos del Mediterráneo.

El pasado mes de febrero se publicó el LGBT Military Index (Índice Militar de la comunidad Lesbiana, Gay, Bisexual y Transexual), que mide el grado de integración de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales en las Fuerzas Armadas de más de cien países. El Índice evalúa indicadores complejos, como la existencia de políticas contra la discriminación, la representación de las Fuerzas Armadas en los desfiles del Orgullo Gay o el apoyo de la autoridades militares al Consejo de las Naciones Unidas sobre Derechos de las personas gays. Nueva Zelanda obtuvo el primer puesto (cien puntos sobre cien, ni más ni menos), seguido de Holanda, Reino Unido, Suecia, Australia, Dinamarca, Bélgica… e Israel.

En 1994, cuando en Estados Unidos se promulgaba la célebre ley Don’t Ask, Don’t Tell, la legislación israelí garantizó definitivamente la igualdad y la no discriminación en las Fuerzas Armadas (IDF). La homosexualidad había sido despenalizada en 1988, aunque ya desde 1972 (y en algunos casos desde 1953) se evitaban los procesamientos por cuestiones de orientación sexual.

La primera organización para los derechos de los gays se fundó en Israel, como en muchos otros países, en los años 70 (en 1975). Hoy en día sigue adelante, con el nombre de Agudá (o Israeli National LGBT Task Force). La causa de los derechos de las personas homosexuales no era una evidencia en un país al mismo tiempo nacionalista, socialista y con una fortísima raíz religiosa.

Es cierto que la tradición judía no se muestra tan intransigente con el sexo y los asuntos relacionados con el amor físico como la cristiana. El siempre recordado John Boswell insistió en la falta de referencias a la homosexualidad en las Escrituras, en su libro sobre la homosexualidad en los primeros siglos del cristianismo. Está demostrado que los sodomitas fueron castigados por faltar a las leyes de la hospitalidad, no por los desarreglos de su vida sexual. Sin embargo, como se ha recordado muchas veces, Levítico 18 y 20 no deja lugar a dudas. Aunque no se sepa por qué, el judaísmo condenó la homosexualidad con una crueldad inusitada, que tuvo una larga y trágica posteridad.

Hasta por lo menos los últimos veinte años del siglo pasado, tampoco los socialistas –ni, en general la izquierda– se mostraban muy generosos con los gays, identificados con una cultura decadente y burguesa. El nacionalismo sionista, que llamaba a los miembros de la comunidad al cumplimiento de una misión histórica, ni siquiera se preocupaba del asunto.

La evolución que indica la publicación del LGBT Military Index llama por tanto la atención. Entre los hechos que ayudan a comprenderla está la pérdida de influencia del socialismo, que ha hecho de la sociedad israelí una sociedad más abierta, más tolerante, menos supersticiosa en muchos sentidos. Fue fundamental la estrategia adoptada por el movimiento gay. Consistió por lo fundamental, tal como analizó Leo Walzer, autor de un libro sobre el asunto, en postular que los gays estaban tan integrados, eran tan patriotas y estaban dispuestos a afrontar los mismos sacrificios como el resto de los ciudadanos. Los gays israelíes sacaron así el asunto gay de la lucha partidista en un país en el que la cuestión de la defensa es clave e imposible de olvidar. El hecho de que la única oposición seria procediese, además, de los partidos religiosos le daba una ventaja añadida, al identificar la cuestión de los derechos de la comunidad gay con la modernización de la sociedad israelí.

Hubo problemas, como la integración en el movimiento de las lesbianas feministas y los transexuales. La victoria de Dana International en el Festival de Eurovisión, mucho antes de que en la "decadente" Europa triunfara Conchita Wurst, contribuyó a solucionarlos. Tampoco fue fácil la relación con los gays palestinos, que tienen en Israel un refugio ante el océano de intolerancia de los países cercanos (salvo Turquía) pero se sienten discriminados por otras razones. (En relación con esto, Israel ha sido acusado de practicar el pinkwashing, es decir disimular la discriminación contra los palestinos mediante una supuesta propaganda de la tolerancia israelí con la comunidad LGBT).

A partir de los años noventa se sucedieron las medidas de no discriminación en todos los campos: acceso al empleo (1992), igualdad de beneficios para parejas del mismo del mismo sexo en el sector privado (1994) y en el público (1997), reconocimiento de la adopción por gays y lesbianas (2000) y, en 2006, reconocimiento por el Tribunal Supremo del matrimonio (civil) en el extranjero, con la obligación de registro por el Ministerio de Asuntos Exteriores, como en el caso de cualquier otro matrimonio, y los mismos derechos en cuestiones de herencia, pensiones y fiscalidad. (Ver Israel, siglo XXI. Tradición y vanguardia).

Hoy en día el debate está situado en la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo. Es un asunto difícil porque, como es sabido, el Estado de Israel no reconoce más matrimonio que el realizado por un rabino ortodoxo. En los últimos meses se ha vuelto a plantear el asunto a partir de varias propuestas legislativas encaminadas a equiparar el tratamiento fiscal para todas las parejas con hijos, heterosexuales o no. Al final, en la Knéset, Yesh Atid, partido laico, de centro, y Habayit Hayehudi (La Casa Judía), un partido conservador, sionista y religioso, han encontrado una solución de compromiso que les permite sacar adelante las medidas de no discriminación sin tratar el tema del matrimonio. La izquierda no está contenta y hay quien ha observado que se va a aplicar a parejas del mismo sexo una medida pensada para evitar situaciones de discriminación a las madres que quieren trabajar. En Yesh Atid se ha aducido que su partido quiere tratar el asunto del matrimonio entre personas del mismo sexo de frente, no por la puerta trasera de una cuestión técnica. Todo parece indicar que Yair Lapid, actual ministro de Hacienda, fundador y líder de Yesh Atid, quiere ser el promotor del matrimonio civil (sin distinción de géneros).

El debate es interesante, entre otras varias razones, porque resulta revelador de una situación muy propia de nuestro tiempo. Ahora la política –en el sentido tradicional– tiene que afrontar la integración de otra forma de hacer política, concebida como la promoción de causas que exigen una solución urgente o, mejor dicho, inmediata.

Estos debates no han impedido que la integración de la comunidad LGBT en Israel haya hecho de este país uno de los más abiertos del Mediterráneo, como indican índices como el citado al principio, o la propia ciudad de Tel Aviv, con una escena gay de gran reputación.

Un estudio publicado recientemente proporciona algún dato sorprendente. Y es que una mayoría (60 por ciento) de los votantes de Habayit Hayehudi apoya las uniones civiles y el matrimonio entre personas del mismo sexo. En general, un 82 por ciento de los israelíes que se definen como tradicionales apoyan los matrimonios y las uniones civiles (heterosexuales), como lo hace un 41 por ciento de los que se consideran religiosos. Sin duda este es la vía para la igualación total de derechos. Parece que en Israel las cosas van a cambiar pronto.


© elmed.io

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