El 50 aniversario de la monstruosa revolución comunista cubana coincide con la campaña defensiva de Israel en Gaza, y las dos plantean el problema de la relación de la izquierda occidental con los ideales que la sustentan.
El imaginario izquierdista no consigue romper con la revolución comunista cubana como en su tiempo rompió con el comunismo soviético. Esta lealtad empeñada en ignorar todos los datos que se conocen sobre Cuba, y de la que es un ejemplo inmejorable el PSOE, tiene que deberse a algo más que puro voluntarismo. Probablemente esté también detrás la necesidad de levantar la bandera de la utopía, como si esa izquierda no quisiera romper del todo con la única revolución socialista que todavía no ha pasado a la historia, aunque ya tenga un puesto eminente en la historia de las muchas aberraciones humanas.
Estaríamos, por tanto, ante un gesto de supervivencia de una identidad ideológica confusa, sostenido en una fantasía emancipatoria y que hace de ese supuesto idealismo un refugio ante las adversidades a las que se enfrenta en la realidad.
Algo parecido ocurre con el apoyo a la causa palestina. Como en el caso de Cuba, incluso las palabras están corrompidas. Así como se habla de "revolución cubana" o "castrista" y no de "revolución comunista cubana", aquí tampoco se habla de "movimiento terrorista islamista", sino de "los palestinos" o de la "causa del pueblo palestino", como si la causa de Hamas, organización islámica que busca destruir por la violencia el Estado de Israel para dotar de base territorial a la yihad, la guerra santa islamista, tuviera algo que ver con los intereses de los palestinos.
Ahora bien, ahí, justamente, reside la diferencia. La debacle cubana les sale gratis a nuestros izquierdistas. Latinoamérica, esa invención progresista, sufre todos los desastres originados en las fantasías liberadoras occidentales, que los propios latinoamericanos han recreado y hecho suyas en la mitología del "realismo mágico" y otras "señas de identidad" parecidas. Mientras Occidente, con un océano por medio, contempla de lejos, encantado, los resultados siniestros de sus ensoñaciones.
En el caso de Hamas la situación es distinta. Ya no somos espectadores más o menos cínicos, sino actores del drama. ¿En qué categoría? En la de víctimas. Cuando la izquierda, como ha hecho estos días, niega a Israel el derecho a defenderse en nombre de los derechos del pueblo palestino, lo que está insinuando es que nosotros mismos, en Occidente, no tenemos derecho a defendernos en caso de ser atacados por esos mismos terroristas o por otros, es decir por los terroristas nacionalistas.
En el caso de la revolución comunista cubana, hay un diletantismo sentimental envuelto en la nostalgia de las ilusiones perdidas. En el de Hamas hay voluntad de suicidio. A lo que se nos invita, cuando se nos dice que Israel no tiene derecho a defenderse, es a rendirnos ante el terror y someternos al islamismo o, en su caso, al nacionalismo.